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A Joan, de "Sa Penya del Barça", buen amigo y co-autor ideológico del presente relato…

Había ocupado el último asiento disponible del envejecido autobús que, diariamente, circunvalaba, cansino, la ciudad. Se subió en una de las paradas portuarias. No pasó inadvertido. Ya desde un principio provocó, en los viajeros, un rechazo general basado en su indumentaria de adolescente pasota y rapero. El vehículo continuó, después, con su particular "vía crucis" con resignación hasta tomarse un respiro en la calle Madrid. Era una de las estaciones preferidas del coche, ya que, en ella, se sentía realizado. La proximidad con el hospital provocaba que sus entrañas se llenaran de viajeros recién sometidos a humanas "ITV". Pero en esa ocasión -el autobús sufrió una indescriptible depresión- sólo una joven en un avanzadísimo estado de gestación penetró en su interior. No saludó al conductor. No saludó a nadie. Se encaminó, lentamente, hacia la retaguardia del bus y fue entonces cuando el adolescente pasota y rapero le intentó ceder su asiento.

- ¡Puta machista! -le espetó la joven con evidente desprecio, rechazando su oferta.

El chico, sorprendido, se volvió a sentar, intentando comprender aquellas reacciones que, en ocasiones, surgían de feminismos y progresías mal entendidos.

Como la vida, insaciable, el transporte público siguió su andadura… Se detuvo, al cabo de cinco minutos, junto a una especie de urinario público para perros (memez de una ciudad políticamente correcta) para recoger a una anciana… Al verla, el rapero lo intentó de nuevo. Se levantó y le ofreció su asiento a la recién llegada. La vieja miró, primero, a la mujer embarazada, que masticaba un chicle en el culo del autobús y, acto seguido, al chico…

- ¿Me estás llamando "carcamal", mal educado? -e preguntó con rabia no contenida.

-¿Perdone? –inquirió el aparente pasota-.

- No has cedido tu asiento a esa pobre madre, ¿y me lo cedes ahora a mí? ¡Vergüenza debiera darte!

¡UF! –musitó el chaval-. ¡Menudo trayecto…!

Animado por la inminencia de un breve descanso, el vehículo prosiguió con su reiterativa tarea. En la penúltima parada entró en escena un hombre bien pensante. Observó al chaval confortablemente instalado en el último asiento y a la embarazada y a la anciana que estaban de pie. Enfurecido con el muchacho lanzó a los cuatro vientos aquello tan manido de

"¡Qué asco de juventud!". Y se sintió a bien consigo mismo y con el mundo…

Ya en la estación, la embarazada descendió del autobús creyéndose heroína a la vanguardia del feminismo más radical. El caballero bien pensante hizo otro tanto, no sin antes comentar al conductor la poca educación del joven y, por extensión, de la juventud… ¡Ya puestos! El chico se apeó. Camino de la salida contempló como la anciana de marras cuchicheaba algo a unas amigas que habían ido a esperarla. Cuando pasó junto a ellas, sus miradas se trocaron en materializaciones evidentes del odio. El chaval exhaló un "¡UF!" prolongado a modo de consuelo…

Los ejércitos del decoro habían constatado, una vez más, y desde ópticas diametralmente opuestas, pero igualmente letales, que el mundo iba mal y que la juventud era una mierda, ignorantes del pecado cometido -su pecado- y del terrible poder destructivo de la calumnia y de los juicios temerarios.

Ajeno a su hipocresía enfermiza, el chaval siguió su trayecto, canturreando, feliz, una melodía rapera. Al fin y al cabo aquello no había sido una cuestión entre él y los demás, sino más bien una cuestión entre él y su conciencia. Una conciencia que él sí tenía…