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No sé si es mejor que te amen, que no puedan pasar sin ti, que te persigan allá donde vayas, que dejen en tu mente huella imborrable o por el contrario, que pasen de ti, que no sepas dónde están, que las busques, las imagines y las sueñes a todas horas.

Sí, amigos míos, son ellas, las medusas, las puñeteras medusas de cada año, las que siempre nos han privado de más de una baño y que han dado a los socorristas de nuestras playas mil oportunidades en prácticas pomada en mano.

Parece que se van al ritmo de otras corrientes, que se alejan de nuestro entorno y debemos alegrarnos por ello, porque tal vez sean una de las pocas cosas que nos aportará relajación y disfrute estos días que nos quedan de vacaciones. Porque no me negarán ustedes que, además de esta crisis, el paro y las hipotecas, que cuando ya has conseguido reunir cuatro euros reduciendo el día de tus vacaciones, te diga el tostado vigilante de la playa, día tras día que, ojo que hay medusas y son gordas.

Y digo yo que se alejan de nuestro entorno porque las mareas las obligan a ello y no porque se hayan aburrido de nosotros que, créanme, que no hay nada más aburrido para una medusa que topar siempre con las mismas carnes, que eso debe ser algo así como con las lentejas, que si las quieres las comes y si no, las dejas. ¡Clotellada a tanto bicho urticante!