El viajero en sus trashumancias tiene, desde hace bastantes años, un viaje apalabrado consigo mismo que cumple siempre entre los meses de junio y julio, para pasar por lo menos 15 días en el Parque Nacional de Doñana.
Cada año, cuando en esos calurosos amaneceres del verano andaluz el viajero, travestido de ornitólogo naturalista, se adentra en el corazón de Doñana, lo primero que le llama la atención es la presencia segura de los garrulos rabilargos, bellísima ave emparentada con los córvidos, que vienen a saludar al viajero. Lo malo suyo es que ponen tanto empeño en su canturreo que acaban por poner en guardia a los ciervos, gamos y jabalíes. (Nunca he logrado entender por qué no tiene este inmenso parque corzos). Naturalistas y biólogos, de esos que en Doñana no faltan, me dicen que eso de introducir corzos sería un intrusismo y el viajero piensa: lástima que esta gente no sepa la historia de Doñana, porque de saberla, sabrían que los preciosos gamos que tiene el parque proceden del bosque de Río Frío (Segovia).
Intrusismos los hay que son manifiestamente perjudiciales y los hay que son esplendorosamente beneficiosos. Todo depende de con qué criterio y con qué ciencias se hagan estas cosas, por ejemplo la perdiz roja de Menorca fue introducida en la isla por el rey Sancho, con ejemplares procedentes de Valencia y vaya usted ahora a decirle a un cazador o a un ecologista que la perdiz roja de Menorca en puridad es un intrusismo que debe erradicarse. Lo más seguro es que le contesten: "No fotis, tu!".
Tiene este año Doñana las lagunas de la zona del Acebuche con demasiada agua para poder ver en sus márgenes arenosos al meloncillo, pues no hay márgenes arenosos. El agua se confunde con la ribera de enea y eso no permite que el meloncillo frecuente la zona. Este mamífero es un endemismo, para mí fascinante, toda vez que de Europa sólo podemos verlo en Doñana. Pertenece a la familia de los vivérridos. El meloncillo es, en puridad, una mangosta (Herpestes ichneumon) que mide 55 cm de cuerpo y otros 35 a 40 de cola. En 15 días sólo hemos localizado a uno, nadando de una laguna a otra, comprobando que nada perfectamente también bajo el agua, cosa que ya pude ver el año pasado. Se lo comuniqué a una bióloga del Acebuche y la "científica" me miró incrédula como quien escucha a uno que no sabe qué está diciendo (siempre lo he dicho, hay mucho naturalista de despacho y se escribe mucho sin haber visto en plena naturaleza aquello de lo que se escribe). Va la bióloga y sin encomendarse a la razón me dice: tú lo que has visto es una nutria. No quería, pero tuve que explicarle desde los pelos del bigote a los pelos de la cola cómo es una nutria y cómo un meloncillo. Y va, tozuda ella, sin dar su brazo a torcer, y me debate: pues es la primera noticia que tengo, que los meloncillos nadaran. Pues nadan señora, vaya si nadan… y bucean perfectamente, y le añado que en mal sitio ha ido usted a poner la huerta: no pretenderá que a estas alturas no distinga un servidor una nutria de un meloncillo, cuando entre la nutria, el meloncillo y quien esto escribe hay tanta confianza que podemos hablarnos de tú sin que ninguno de los tres se tenga por eso que dar por ofendido.
El segundo día descubrí en la desembocadura de la Rocina, justo cuando este riachuelo rinde sus aguas a la Marisma del Rocío, que la zona tiene muchos peces y que por la mañana, nada más principiar las primeras claras del alba, empiezan a cebarse una variada cantidad de aves: garzas imperiales, más pequeñas que la real, o la garceta grande, la garcilla bueyera, las garcillas cangrejeras y sobre todo preciosos martinetes, que por cierto, entre la hembra y el macho se da una más que notable diferencia: dimorfismo sexual lo llaman los que entienden de estas cosas. También hemos podido ver y fotografiar la ceba de los fumareles y los más pequeños charranes, que atrapan pececillos que cometen la osadía de transitar en la superficie, casi a ras de agua. Pero lo más llamativo para mí ha sido fotografiar y grabar en vídeo cómo pescan los milanos negros. Yo sabía de su paciencia prospectora sobre la ribera de ríos, pantanos y playas en busca de peces muertos, pero nunca los había visto pescar, y pescan casi como pueden hacerlo algunas aves de alimentación ictiófaga. Evidentemente no tan especializados como un águila pescadora, por lo que alguna vez fallan en su intento, pero les puedo asegurar que el número de aciertos es más que notable. Me pasé horas y horas en mi hide (término inglés, escondite para observar o cazar aves), observándolos.
En cualquier caso quiero decirles que cuando uno lleva muchos años observando fauna en su medio natural, por fuerza se ha de sorprender entre lo que ve y lo que lee.
(Continuará)
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