El Derecho Romano ("esa antigualla, construida por los patricios del Lacio para asegurar a ciertos palurdos la explotación del mundo entonces conocido", como decía Asklepios de Mégara) define la auctoritas como la legitimación socialmente reconocida que procede de cierta sabiduría y que se otorga a ciertos personajes con capacidad ética para emitir una opinión cualificada sobre una decisión, que en consecuencia tiene un valor de índole moral muy fuerte. El término es intraducible en castellano, la palabra "autoridad" apenas es una sombra del altísimo significado de la palabra latina y no digamos respecto a la praxis de la misma, puesta hoy en candelero por tantos y tantos escándalos protagonizados por mediocres sin auctoritas moral que sin embargo se arrogan invocando el derecho de haber sido votados y la pretensión demagógica de que de la misma manera que en Roma la fuente de la auctoritas era el Senado ahora lo sea el Parlamento.
A la auctoritas se opone la llamada potestas. La autoridad (en sentido moderno del término) que confiere la potestas procede, no de el saber y la moralidad socialmente reconocidas, sino de la capacidad legal para ejercerla y de esa, de la potestas, si que hoy hay uso y abuso; de la otra sólo queda el recuerdo de la moralidad de la Roma republicana (salvadas las distancias). "¿Quién recuerda haber visto República?" preguntaba Tácito en sus Annales ante el despropósito de los primero emperadores.
La auctoritas moral (valga la redundancia) se practicaba aún en la Menorca del siglo XVIII en la figura de los llamados "prohombres" que no poseían ninguna autoridad legal pero sí gran prestigio social. En momentos de dificultades estos "hombres buenos" eran llamados a consulta por el poder civil. El capitán Roca fue consultado como tal varias veces antes de que los jurados de la Universidad de Mahón hubieran de tomar decisiones importantes.
Si bien la auctoritas quedó desvirtuada con el Imperio, fue recuperada por el espíritu del Renacimiento en cuya época se libró una lucha entre el prestigio y el poder. Dos personajes fueron vivos ejemplos de uno y otro. La auctoritas representada por el condottiero Gattamelata y la potestas entendida como el poder absoluto y preeminente de la Razón de Estado, ejemplarizada en la persona de Cesar Borgia, cuyo comportamiento dictatorial y violento parece que tomó Niccoló Machiavelli de ejemplo para el Príncipe, ese tratado que ha sido de desde entonces libro de cabecera de cualquier político que se precie, aunque algunos hoy no sepan siquiera quien fue el pensador florentino y crean que debió ser algún portero del Milán.
De Gattamelata, de su talante, nos ha quedado la estatua ecuestre de Padua que esculpió Donatello, inspirada en la de Marco Aurelio. De Cesar Borgia, su tumba situada en el pórtico de la colegiata de Viana (Navarra) y cuya lápida reza: "Cesar Borgia, generalísimo de los ejércitos de Navarra y pontificios. Muerto en campos de Viana el XI de marzo de MDVII.
¿Qué queda hoy de la auctoritas? Prácticamente nada. La potestas lo invade todo ejercida en muchos casos, no por probos hombres, sino por personajes venales, cuya única actividad es la prevaricación y el agio
Repetimos con Tácito: "¿Qui meminit vidisse Res Publica?
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