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Desde que nació y en su desarrollo, aún estando comercialmente perpendicular al mar y no bordeando la costa, tuvo salud económica, era Cala Blanca: el sueño dorado de los ciutadellencs de una segunda residencia o abrir un negocio. Hoy, el paso de los años deterioró su aspecto y, como las está pasando moradas, mudó de color y podría llamarse Cala Morada. La urbanización tuvo su década de esplendor, entre el 85 y 95, pero hoy se halla en la UCI, moribunda. Y cuando está en juego su existencia no hay que andar con tonterías, por cruda que sea la realidad es preciso conocerla para afrontarla. Aviso al lector pusilánime: que la enumeración de síntomas sea una letanía de desgracias no equivale a un obituario, sino a un toque de rebato para salvar la urbanización.

De vender 300 cruasanes los supermercados antes de las diez de la mañana, a la dieta actual de pan y agua y devolver las ensaimadas por caducidad. De bares con terrazas llenas y trasnoches hasta después de amanecer, a un euro la cerveza, en pleno mundial, para ocupar alguna mesa antes de cerrar a las doce. De restaurantes con olor a marisco fresco y barbacoa y clientes haciendo cola, a ofertas mayoritarias de menús económicos, pizza, hamburguesa y congelados. Del trenecito abarrotado de turistas exultantes, al carruaje pura sangre en busca de peatones que pasear. De contenedores desbordados de bolsas de basura a volcarlos semivacíos. De temporadas de siete meses con hoteles completos y espectáculos de categoría, a ofertas de última hora para achicar pérdidas, pensión completa o todo incluido y música de vuvuzelas. De apartamentos nuevos a mobiliario sin renovar en veinte años, ventiladores de pie y grifos distintos en la bañera. De playas y piscinas con hamacas ocupadas a verlas apiladas y vacías. De varias oficinas de cambio, que con la exigua comisión bancaria se podía ir de vacaciones gratis al final de temporada, a un solo cajero. De un Centro Comercial que no se veía el piso de gente que lo transitaba, a un semidesierto poblado de envejecidos carteles de traspaso y venta. En fin, de la pujanza a la decadencia, del bienestar a la penuria y de la salud al deterioro.
¿Causas? Propias, actuar como si una sola siembra diera cosechas indefinidamente y, por tanto, no renovar el cultivo del turismo; y exógenas, las coyunturales de nuestros visitantes, de los tour operadores y de la competencia vacacional. Dejemos este tumor a economistas y sociólogos y centrémonos en la evidencia y el sentido común.

Si convenimos en el cuadro de síntomas de Cala Morada también estaremos de acuerdo en ubicarla en la unidad de cuidados intensivos y esperar una milagrosa intervención urgente para salvarla. Sus males múltiples exigen un equipo coordinado de especialistas. ¿Los tenemos?
La respuesta, actuando de conjunto, es sí. La eficiente iniciativa de la actividad privada, un solo cirujano, si no es respaldada por un capacitado equipo sanitario, los organismos locales, provinciales y nacionales de gobierno, se reduce casi a un esfuerzo estéril. Llamemos las cosas por su nombre. ¿De qué sirve el loable esfuerzo económico y físico de Sebastià Triay Fayas de renovar completamente el Hotel Sagitario para ascender su categoría a cuatro estrellas, si el autobús deja a sus clientes en una acera sin baldosas y con un entorno obsoleto? No es un caso único aunque destaque por la envergadura del emprendimiento. También hay empresarios que renuevan de acuerdo a sus posibilidades la flota de coches de alquiler y las instalaciones de sus negocios. Desgraciadamente son casos minoritarios porque predominan alojamientos cinco cucarachas con muebles de museo cutre.

Sabido es que una ni dos golondrinas hacen verano pero como el cielo y la naturaleza están a favor, han regalado a Cala Morada un corazón que puede bombear la sangre de recursos para seguir viviendo y recuperarse: las Cuevas, una esperanza cierta.

El proyecto de reapertura de las Cuevas al público es de urgencia vital. Cala Blanca no puede esperar dos años en la UCI. El Ayuntamiento ha concedido prioridad a esta actuación, cuenta con el Consell, los partidos políticos están de acuerdo y se ha encargado un estudio jurídico sobre las características del terreno y del subsuelo para gestionarlo. Como a nadie escapa que el desembolso necesario para el proyecto será una inversión rentable, el compromiso institucional de actuar con celeridad y eficacia quizás logre el otro milagro de acelerar las cosas de palacio y se inauguren las Cuevas mucho antes de las elecciones.

Los comerciantes de esta urbanización y las vecinas Son Carrió y Santandría así lo han entendido y han constituido una asociación, Blancandria, con este fin y el de publicitar las Cuevas en una página web, la que a la fecha lleva más de 3000 visitas.

Mientras tanto el Ayuntamiento podría embaldosar la acera que falta de la Avenida de la Playa, intensificar el alumbrado, completar las señalizaciones y mejorar el aspecto y limpieza de las urbanizaciones citadas: no se puede salir de un lujoso spa o descender de un universo de cuatro estrellas y pisar por falta de luz socavones en las aceras que nos pueden salpicar la ropa cuando llueve o lastimarnos un tobillo.

Cala Morada quiere ser Cala Blanca. Hay que abrir las Cuevas: en ellas está el tesoro de la recuperación. El objetivo es claro y si todos quieren lo mismo no hay razón para ralentizar los tiempos.