El 16 de agosto de 1781, un día caluroso y apacible, el gobernador James Murray recibió un comunicado, desde Liorna, remitido por el ministerio inglés. Se le advertía que en Cádiz se estaba preparando una armada con la intención de dirigirse hacia Menorca. El rey de España, Carlos III y su ministro, el conde de Floridablanca, se sirvieron de las valiosas informaciones que les proporcionó un noble mallorquín, el marqués de Sollerich, para asegurar el éxito de la misión. Lo que ocurrió durante los meses siguientes podemos leerlo (en la magnífica edición del Institut Menorquí d'Estudis: "Diario del asedio de la fortaleza de San Felipe en la isla de Menorca (1781-1782)" Lindemann, C.F.H. IME, Maó, 2004), contado en primera persona por alguien que estuvo allí.
El 19 de agosto, a las 3 de la tarde, desembarcaron en Cala Mesquida y Alcaufar, las tropas hispano-francesas, unos 16.000 hombres al mando del Duque de Crillón. Así empezaba el asedio del único bastión de resistencia, el último refugio. Lindemann, era el capellán del fuerte, que había venido desde Hannover para desempeñar los servicios religiosos, y su príncipe, Jorge III, era al mismo tiempo rey de Inglaterra.
La misma obra, puede leerse desde diferentes perspectivas: la política, la militar, la económica o la sociológica. Pero desde una perspectiva humana, la anotación del jueves, 6 de septiembre, por ejemplo, nos acerca a la vivencia de un día cualquiera y de las sensaciones que acompañaron a su narrador:
"Hoy hemos disparado sobre Felipet, porque suponíamos que los enemigos se habían vuelto a esconder allí. Algunos han empezado a distraerse con la pesca, con lo que, de vez en cuando, contamos con pescado en nuestras mesas, mejorando un mínimo nuestra insuficiente dieta. Se levanta una tormenta con viento fuerte y lluvia. Por fin bajan las temperaturas. El otoño parece anunciarse." Visto así, no hay enemigos, ni bandos contrapuestos, ni uniformes de color diferente. Hay necesidades humanas, distracciones, hambre, miedo, enfermedades como el escorbuto, e inclemencias meteorológicas iguales para todos.
Tras varios cambios de soberanía a lo largo del siglo XVIII, Menorca volvería a ser española por el Tratado de Amiens (1802). Una de las reflexiones que dejó escritas Lindemann en su diario, nos parece intemporal:
"Cuando recordamos peligros superados felizmente, nos sobreviene una sensación agradable.".
Podemos leer sobre las penalidades pasadas, con sus dolores y momentos de abatimiento. Arreciará la tormenta y se oscurecerá el cielo... Pero al finalizar la lectura, una sensación placentera se apodera de nuestro ánimo. Cuando vemos que el mismo sol de aquellos días, sigue brillando sobre las quietas aguas del puerto, y la voz de Lindemann, gracias al libro, resurge inmortal entre las cenizas.
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