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Los hombres, no los otros, ustedes y yo estamos viviendo desde hace mucho sentados sobre una bomba de relojería. Si miramos al frente las cosas no van bien, por detrás te están dando constantemente, a nuestra derecha mucho peor, a la izquierda mejor no pensarlo, hacia abajo ya me dirán, nuestro soberano trasero aposentado sobre el detonador de una bomba y si miramos hacia arriba, un ser superior nos recuerda malhumorado que, nosotros y sólo nosotros, somos los culpables de todo lo que acontece. Y a pesar de que somos conscientes de la perspectiva que nos ofrecen esos puntos orientativos de nuestra efímera existencia, seguimos caminando con pose de chulos por la vida y hasta nos atrevemos, porque el detonador hace mella en nuestra sensible piel de nuestro majestuoso "culín", a colocarnos un mullido cojín para hacer más llevadera la espera. Y desde esa particular atalaya nos afanamos en hacer y deshacer lo que creemos entuertos cuando en realidad, lo que hacemos y conseguimos, es crear nuevos y más resistentes nudos corredizos en esa cuerda que alguien un día nos dijo que iba a ser la de nuestra salvación. Comenzamos a sentir un ligero cosquilleo procedente del tictac de nuestra fatídica poltrona y en lugar de ser conscientes de lo que se avecina, vamos y decimos a los cuatro vientos que lo que sentimos es un "gustirrinín" inexplicable. Y somos tan imbéciles que encima nos lo creemos, Déu meu!