Volviendo al asunto de mi artículo de enero ("Equidistantes del mundo, uníos" Es Diari 9-1-10), con perdón por la autocita, debo insistir en ello ante la proliferación no tanto de asuntos peliagudos, con más facetas que un caleidoscopio, como por la cada vez más extendida costumbre de solventarlos (no sólo en tertulias de bar o en cibertabernas, sino en los medios) en un pispás de opiniones rotundas, contundentes, inequívocas, sin complejos...ni matices. Y son precisamente los matices, esos grises tibios y cobardes, los que no cuentan con respaldo en nuestro país y por lo que se ve en el mundo mundial (la burda y obscena campaña de los republicanos norteamericanos contra la tímida reforma sanitaria de Obama es emblemática), aunque aquí se alcancen todos los días cotas esperpénticas.
Por ejemplo, el asunto tan complejo y jurídicamente enrevesado de la imputación del juez Garzón, es despachado con satisfecha displicencia por medios de la derecha que no hace tanto le jaleaban entusiásticamente, mientras desde la izquierda se le beatifica como mártir sin atisbo de crítica (cuando menos, Garzón parece ser un instructor mediocre). Habrá algún según, pero no se ve, no se siente, el matiz no está presente. Como tampoco lo está en el asunto de la contención del gasto: las comunidades más endeudadas son gobernadas por el partido que predica una "drástica contención del gasto público", mientras en otra, el presidente del Gobierno riega con la manguera de la "deuda histórica"...
En el propio manejo de la crisis, los socialistas han mostrado una incompetencia manifiesta, desde negarla más veces que Pedro a Jesús en el huerto de Getsemaní, a esa contumacia en el fatídico juego de improvisar-rectificar que se traen entre manos. Pero... ¿de verdad es la panacea bajar los impuestos, lo único que repiten los populares, como una jaculatoria? No parecen muy de acuerdo los más reputados analistas internacionales, aunque sí el público en general: a nadie le gusta rendir cuentas al fisco. Sin embargo, la leal (?) oposición se aferra al fundamentalismo liberal (no olvidemos a su gurú máximo cuando se quejaba de las restricciones a la ingesta de alcohol del código de circulación: "¿Quién me tiene que decir a mí las copas que puedo o no puedo tomar?"), y de alguna manera al cuanto peor, mejor.
Pero también en temas menores refulge la guerra de trincheras, como en el de la tauromaquia sí, tauromaquia, no. Vamos a ver: ¿Acaso no es legítimo y democrático que por iniciativa popular se discuta el asunto, sea por motivos compasivos o identitarios o ambos a la vez? ¿Son los promotores de la iniciativa unos liberticidas saqueadores de nuestros rasgos culturales más profundos? Y démosle la vuelta a la tortilla: ¿Acaso los defensores de la fiesta nacional son unos sádicos torturadores de animales?, ¿Unos españolazos fachas?... ¿Cómo no ser equidistante y abogar por la pervivencia de la fiesta atenuando o eliminando el castigo del animal, limitándose a torearlo artísticamente? ¿O simplemente respetar lo que decida democráticamente el parlamento de una comunidad autónoma?
Item más, la actitud ante las distintas dictaduras que en el mundo han sido o, desgraciadamente, son. La cerril negativa de la izquierda realmente existente a condenar no ya el régimen cubano que está a la vista, sino las atrocidades del estalinismo, sólo es comparable a la virulenta reacción de la derecha carpetovetónica en cuanto se intenta remover algo del incómodo franquismo o perseguir jurídicamente a algún dictadorzuelo sudamericano. Molesta mucho el histriónico (y peligroso) Chávez pero se oían pocas voces de la derecha quejándose de Pinochet, Somoza o el chivo festivo Leónidas Trujillo... ¿Y la corrupción? El que esté libre de pecado que tire la primera piedra, pero quienes acusaban al partido de Felipe González de ser el epítome del saqueo a las arcas públicas, ahora callan como muertos...
En fin, lo cierto es que los equidistantes lo tenemos crudo en una sociedad tan agriamente polarizada, adscrita al blanco o al negro, que se lanza eslóganes (que no argumentos) de una a otra trinchera. No estamos bien vistos e incluso puede que nos llamen nenazas en más de un foro. O cosas peores. Lo tenemos crudo, tanto que, en fecha de hoy, presento mi dimisión irrevocable e irreversible como columnista decano de Es Diari. Se acabó, cuarenta y siete años de cobardes equidistancias son suficientes. Kaputt.
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