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El árbol más común en Menorca es el "ullastre", que encuentro traducido como "acebuche", "oleastro" u "olivo silvestre". Tiene, en efecto, cierta apariencia de olivo, pero como dejado de la mano de Dios, de tronco más delgado, con infinidad de ramas brotándole aquí y allá. Vengo de pasar un fin de semana inolvidable en la isla, y he contado con un cicerone de excepción: el poeta Ponç Pons, que se define como 'islómano' y que ha hecho de su literatura un auténtico compromiso con su tierra natal. Ponç me explica que el "ullastre" es casi un arbusto, por su crecimiento un tanto selvático. "Hay que podarle las ramas, ¿ves?, y sobre todo los renuevos. Le vas dando forma de árbol. De otro modo, se dispersa". Me pregunto si puede existir una metáfora más precisa sobre el quehacer poético: un árbol dado, las raíces trabajando bajo tierra, y las largas horas de cortar aquí una ramita, allí otra, como moldeándolo. El germen del poema debe ser algo natural como un acebuche (Guillén, socórrame: "el poema ve su poema, / a la vista como ese pino"). Pero la literatura de verdad consiste en saber encauzar el desmedido avance del ramaje.

Robert Graves –que fue vecino de esta isla— escribió un poema, "Amantes en invierno", que empieza diciendo que la forma de un árbol muestra qué viento prevalece en el país. Aquí los árboles se inclinan, azotados por la tramontana. Con el espinazo doblado, parecen rendir culto a la Tierra de Fuego, que es como se traduce el antiguo nombre fenicio de la isla, Nura –una palabra que da título a uno de los libros más hermosos de Ponç y, por lo que pude constatar, también a un supermercado de su pueblo, Alaior—. El poeta me lleva de aquí para allá, y todo, en Menorca, adquiere proporciones humanas, y los muretes de piedras, "parets seques", dividen las parcelas del paraíso. En Ciutadella y Alaior asisto a sendos clubes de lectura, y no sé lo que cuento pero recuerdo que era feliz. Sí, la felicidad debe de ser eso (y la sopa de pescado que preparó Roser, la esposa de Ponç). También Pau Faner me abre su casa frente al mar. Mis amigos son hospitalarios. Por la noche, salgo por Maó con los poetas Fàtima Anglada y Biel Pons, y hasta el vino ingerido no daña tanto como en la península. En el aeropuerto, el chico de los embarques reconoce mi firma de leerla en La Vanguardia. Regreso a la realidad, pero ya estoy pensando en reanurar el contacto con la isla.