El Parlament ha celebrado estos dos días un debate de política general para que el presidente explique la expulsión de sus socios de UM del Gobierno y cómo piensa llegar a la meta del mandato.
Ha sido una especie de segunda vuelta de la sesión de investidura y ellos, los portavoces y los diputados, se han dicho cosas y se han divertido, de hecho se lo pasaron bomba hablando de los cátaros. Si alguien ha tenido tiempo, muy probable, y humor, menos probable, lo ha podido seguir por la televisión pública balear. Y quien lo haya hecho habrá sacado sus conclusiones sobre lo visto y oído.
El Parlament es producto de lo que el ciudadano ha votado y, sobre todo, de lo que no ha votado. La trascendencia del debate está muy rebajada y a muy pocos importa si habrá cuestión de confianza, moción de censura, elecciones adelantadas o remodelación de un Ejecutivo que sale a una media de conseller de turismo cada 4,75 meses.
Queda la impresión de otra legislatura perdida, la opinión pública sobresaltada ante el desfile de cargos y ex cargos públicos por los juzgados y preguntas razonables sobre si el sistema de las autonomías iba a servir para acercar realmente la administración a los ciudadanos o para montar tanta y tan costosa estructura.
Sabido que arreglan pocas cosas, sería bueno que al menos no nos compliquen la vida con nuevas elecciones
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