Sin ánimo de interferir y con evidente función moderadora, don Juan Carlos ha llamado la atención de los representantes políticos en torno a la situación que atraviesa el país y la necesidad de pactar un salida.
Ha sido bastante más concreto y claro de lo que acostumbra la línea discursiva habitual del jefe del Estado, el momento es diferente, las cifras económicas exigen la colaboración de todos y los principales líderes no muestran una reacción acorde a las circunstancias.
La iniciativa del monarca, enmarcada en su papel constitucional, ha sido acogida con esperanza por la sociedad española, conocedora y sufridora por igual de la crisis.
En buena lógica y evocando los célebres Pactos de la Moncloa del 77, se esperaba que a estas alturas el presidente del Gobierno hubiera formulado ya una agenda encaminada a lograr acuerdos.
El camino propuesto por el Rey exige diálogo y cesiones por todas las partes implicadas y las primeras respuestas a través de los medios no transmiten precisamente entusiasmo sino decepción ante la reiteración del discurso partidista y los destellos de la bronca permanente.
No es tiempo de campaña, el ciudadano reclama más que nunca y con sobradas razones responsabilidad.
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