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Los "calçots" son deliciosos. La ancestral técnica que se utiliza en Cataluña para cocinar estos derivados de la cebolla los expone a un fuego muy vivo que los abrasa en su parte exterior mientras los mantiene tiernos, blandos y jugosos en su interior. Estos parientes delgados de la humilde cebolla se presentan en gruesos grupos envueltos en papel de periódico descansando sobre una teja de cerámica para mantener su calor. Se comen de uno en uno extrayendo sus tallos internos que deben de ser debidamente untados con salsa romesco. Ésta es precisamente la época del año adecuada para tomar este exquisito manjar que convierte las "calçotades" en actos sociales como cualquiera otra fiesta gastronómica.
Compartir amistad con quien, como buen catalán, es un experto en estas experiencias culinarias, convierte las visitas a su casa en las tierras de Igualada en un lujo gastronómico. Si ese amigo, a pesar de disimular eternamente su condición de miembro de la nobleza catalana con título, agasaja a sus amigos en su propio castillo medieval, consigue convertir esos ágapes en comidas sublimes dentro de un entorno histórico maravilloso.

Navegante devoto (y buen conocedor de Menorca), mi amigo comparte el ejercicio de la libertad que le otorga su bohemia ilustrada con su profesión de arquitecto. Su hermano es un emprendedor con visión comercial. Hace escasamente cuatro años éste hermano decidió "montar" una granja de cabras en un terreno no muy extenso que poseía en las cercanías de su casa paterna. Quería cubrir un hueco que detectó en el mercado del queso. Se trasladó a Murcia y adquirió un rebaño de 2000 cabritas (y supongo que también se incluyeron algunos cabrones). Entretanto su hermano le trazó los planos en una semana e inmediatamente pidieron los permisos correspondientes a la Generalitat. Según aseguran sus propias palabras (y como pudimos comprobar), el tiempo transcurrido entre la imaginación de la idea, su plasmación en unos planos, su presentación y aprobación por los departamentos administrativos correspondientes así como la misma construcción y puesta en marcha del complejo agrícola fue de tan sólo ...... ¡cinco meses!. Repitámoslo alto, despacito y claro (especialmente para algunos menorquines): C-i-n-c-o m-e-s-e-s (five months, cinq mois, cinque mesi, fünf Monate, ....cinc mesos, senyors, cinc mesos!!).

Mientras, en Menorca se ha abandonado la pasión por la eficacia para sustituirla por una maraña normativa anquilosada, obstaculizadora y ridícula (propia de mentalidades pre-industriales que no resiste la mínima comparación) que no hace sino hacer perder multitud de oportunidades a todos (la última gesta: la pérdida de los viñedos de Alayor). ¿No deberíamos de transportar a toda nuestra casta política a cursar intensivamente la asignatura de "prontitud, diligencia y resolución"?.

Nuestra Menorca sólo se incorporará a la modernidad cuando, superando la idiotez actual, un proyecto cualquiera pueda ser imaginado, presentado y aprobado (por quien demonios deba de hacerlo) en un tiempo similar al que dio vida a la granja de las cabras.