Lo de la crisis y su carácter internacional se entiende. Como se entienden las dificultades que atraviesan las empresas y los apaños que se hacen para sobrevivir. Se asume que tengamos un gobierno sobrepasado por la situación y unos cargos que, a pesar de la que está cayendo, sigan anteponiendo su propio protagonismo a los problemas reales. Pero la jubilación a los 65 años es sagrado, no se toca. El anuncio de retrasar dos años -o cinco- la edad para mandar al jefe, el ordenador, la carretilla o los alumnos a paseo es algo más que el colmo de la desorientación que sufren los gobernantes.
Esos mismos gobernantes que pretenden atarnos al tajo un par de años más a cuantos nacimos del 59 para acá son los que hace poco aprobaron jubilar a los 52 años a miles de trabajadores del ente público RTVE con el 92 por ciento del sueldo. Antes de este colectivo, Telefónica, elétricas, bancos y hasta el Ejército, paradigma del Estado, mandaron a casa con parecidas condiciones a miles de trabajadores. Tanto agravio no se justifica, tantas contradicciones hieren la credibilidad de la propuesta y de sus autores. La voluntariedad para retrasar la edad de jubilación es otra cosa, hay gente encantada con la actividad o intelectualmente muy válida y con una experiencia insustituible que desea continuar, pero hacerlo por decreto es como cambiar las reglas de juego con el partido ya comenzado.
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