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Francisco J. Cardona Vidal
pbro. Formador del Seminario

Este año es más fácil opinar sobre el día del Seminario que celebraremos el próximo domingo por la proximidad con la fiesta de San José del 19 de marzo. Hace poco cerrábamos las celebraciones del 150 aniversario de tan benemérita institución. Entre otras muchos acontecimientos hemos tenido un encuentro fraterno con ex-seminaristas (laicos y sacerdotes) muy participado; una exposición retrospectiva; una conferencia del Obispo de Terrassa, D. José Ángel Sainz Meneses, presidente de la comisión para Seminarios de la Conferencia Episcopal Española, etc.

También fuimos galardonados con el "fabiol de plata" del Casino 17 de Enero. Quiero aprovechar la circunstancia para agradecer el reconocimiento que desde esta institución civil se ha hecho al Seminario. El actual equipo de formadores del Seminario no olvida que el premio se dedica a 150 años de labor, y por tanto a muchas personas que con su esfuerzo y entrega generosa han hecho posible esta realidad.

Es bien sabido que el Seminario ha preparado muchos sacerdotes, pero también es cierto que muchos buenos ciudadanos laicos han recibido en esta institución su formación básica; no sólo académica, sino también humana.

He de confesar que para mi el Seminario es algo muy especial. No he pasado en él ni un solo curso. Y en cambio soy formador del mismo. Mi formación académica tuvo lugar lejos de Menorca. Pero creo que el Señor ha querido que tuviera una vinculación estrecha, en cierto modo, con nuestro Seminario.
Recuerdo como estando todavía en Roma recibí la noticia de nuestro anterior Obispo, D. Juan Piris, de que quedaba incorporado al equipo de formadores del Seminario. Me sorprendió tal nombramiento, pero acepté ilusionado pensando que podría ayudar a formar a los futuros sacerdotes de Menorca.

La preparación de los futuros presbíteros debe descansar, como dice la Constitución Apostólica "Pastores Dabo Vobis" de Juan Pablo II, en la formación académica, humana y espiritual. Las tres son importantes y ninguna de ellas puede ni debe sacrificarse bajo ningún concepto. La tríada que forman es un conjunto complementario entre si. La buena formación académica es la que garantiza que el pastor sea un hombre competente en el saber humano. Conseguir que los sacerdotes, si no sabios, sean por lo menos doctos es una labor costosa pero importante y trascendental.

La formación humana hace del presbítero un hombre más entre los hombres; con virtudes; con cualidades; también con defectos, ya lo sabemos, los tenemos todos, pero con la ilusión de superarlos. De todas las virtudes humanas destacaría la alegría. El sacerdote debe ser un hombre alegre, positivo, deportista, optimista, noble. Siempre he dudado de los candidatos tristes o pusilánimes. Alegría serena, pero alegría. No se puede estar todo el día enfadado, aunque todos tenemos experiencia de que desgraciadamente hay gente que sí lo está.

Por último, la formación espiritual. Es importante pero no más que las otras. Es obvio que hay que tener fe y además hay que cuidarla (oración, frecuencia de sacramentos, etc). Eso no nos desentiende de los demás negocios del mundo, pero hay que darle a todo un sentido sobrenatural.

En definitiva, el buen sacerdote no será el más sabio, ni el mejor dotado humanamente, ni siquiera el más espiritual. El buen sacerdote será el más feliz en el ejercicio de su ministerio. Ya se sabe que en la felicidad esta el secreto. Pero, y ¿qué es la felicidad?

Para Aristóteles, la felicidad consiste en vivir la vida conforme a la razón. Y señala a la virtud como un modo de pensar y de sentir que se sitúa en el punto medio entre el exceso y el defecto. Esa virtud puede llegar a conocerse por la razón. Quien la conoce, obra en consecuencia y es feliz.

Buscar incansablemente la verdad es razonable, pero más razonable es aún amarla cuando se ha encontrado. Porque la verdad nos hace libres y por tanto felices.