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José María Pons Muñoz
El tiempo pasa a increíble velocidad, parece que fue ayer mismo lo de aquel terrible atentado del 11-M en los trenes de Madrid y han pasado cinco años, un lustro, que se dice pronto.

Sin duda para las víctimas directas y para sus familiares, víctimas también de aquella masacre, la distancia de cinco años es un inmenso paréntesis entre la vida y la muerte, la sinrazón, la barbarie, el fanatismo y el vacío de no poder comprender el porqué de semejante odio cebándose en personas que nada sabían de fundamentalismos ni fanatismos de ciertos grupos islamistas.

A quien esto escribe, aquel 11 de marzo no se le va a olvidar en la vida, por razones, en primer lugar, de humano acercamiento con el dolor de aquellos que sufrieron la sinrazón terrorista de aquella mañana de marzo. Alguna de aquellas víctimas he procurado conocer personalmente. Y en segundo lugar, por aquella bienaventurada casualidad de que por una vez el coche de mi hija llevase el depósito casi lleno de gasolina. Eso, y no encontrar aparcamiento sin tener que dar antes alguna vuelta buscándolo, hizo que no subiéramos a uno de aquellos trenes, decidiendo ir a Madrid en coche.

Hace unos días estuve en el monumento de Atocha en memoria de todas las víctimas del terrorismo. Me sigue extrañando que aún no hayan puesto una placa con el nombre del monumento, de manera que poca gente sabe que lleva por nombre El vacío azul, que por cierto, se está agrietando la cúpula interna, según parece por un problema de desuperización debido a las puertas. Aparte de eso, qué quieren que les diga, a mí particularmente, es uno de los monumentos de Madrid que no me gusta, no me parecen apropiados ciertos modernismos en ese menester de dedicar un monumento a las víctimas de cualquier humana tragedia.
En eso, me quedo con lo clásico, con el gesto medidamente austero. Por eso me gusta el otro monumento a las víctimas de ese día que puede verse en la entrada a la estación de RENFE de Alcalá de Henares, un grupo escultórico de personas diferentes por sexo, estatura y edad, reunidos por la tragedia, que van cogidos de la mano, andando hacia la salida del sol, como si fueran hacia un nuevo día. Precioso recuerdo, con unas esculturas sin concepciones a embarazosas fantasías que nada aportan en estos casos, porque lo importante es el homenaje, el recuerdo, el sentimiento de cercanía con aquellos que sufrieron en carne propia la orfandad absoluta de misericordia que tienen aquellos que indiscriminadamente ponen una bomba donde más víctimas puedan causar. En estos monumentos, lo más importante son las víctimas.

Desde la perspectiva que da un lustro, me llama la atención la relajación que aparentemente se palpa en los lugares que podrían ser objeto de la acción terrorista. En los días siguientes al 11-M, todas las estaciones de tren en las cercanías de Madrid, tenían una importante presencia física de policías, incluso del ejército. Ayer, como suelo hacer todas las semanas, cogí el tren desde Alcalá a Madrid, ida y vuelta, y no vi ni un solo policía, y menos a un soldado. Mientras tanto, en EEUU no paran de endurecer sus medidas disuasorias para cualquier persona que pretenda entrar en su territorio con malas intenciones. Otro asunto que, por reiterativo, no puede incluirse en el capítulo de la casualidad y que no sé por qué a mí me llama tanto la atención, es el guarismo 11, cuya relación yo siempre he creído que tiene que deberse a una razón concreta. Prácticamente todos los atentados llevados a cabo por islamistas tras la guerra de Irak, no hay que buscarlos en el calendario en otras fechas diferentes del día 11. Ignoro si es una cuestión cabalística o simplemente un condicionante por una fecha conmemorativa para la venganza y el odio, debido a alguna agresión recibida. Sea como fuere, lamentablemente nosotros tenemos para siempre en nuestros corazones un 11 sangriento, despiadado y cruel que estos días nos exige un recuerdo, una palabra, una oración por las víctimas.