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Dino Gelabert
El frío sienta bien. Realza el calor del hogar y reordena los sentimientos. Digamos que te invita a pensar. El reloj marca las 17.24 de una tarde rara, afrancesada e indecisa. El sol todavía pulula a media altura, pero el ambiente es más bien helado y seco. Había quedado a las cinco en punto, pero ya sabía que mi acompañante llegaría tarde, es algo habitual en ella, y no he sido precavido por lo que mi Cacaolat se ha acabado empapando del ambiente y ya ni calienta ni quita la sed. 'Què hi farem?'

Digo que ya me imaginaba que mi cita llegaría tarde porque está a la orden del día. Es una irresponsable de mucho cuidado y no acata las tareas que se le encomiendan cuando debería, por lo que terminan pagándolo los que menos lo merecen. Cuando llega, que se cuentan los casos con los dedos de las dos manos, llega tarde. La mayoría de veces, ni se presenta. Ni es rubia ni es alta y pongamos que en las distancias cortas deja mucho que desear. Algunos le achacan que es ciega, pero yo diría que está sorda de un ojo y ciega de un pie. No termina de saber muy bien lo que quiere y bailar se le da realmente fatal.

Está obsoleta, parece como si le diera tirria avanzar en el tiempo y enfrentarse a las nuevas tecnologías y a las nuevas situaciones con las que nos encontramos. En ocasiones, que quiere aparentar ser justa e imparcial, se acaba retratando y evidenciando a favor de qué y de quién está. Y esto no hace más que mancharle esa impúdica toga blanca que le acompaña a todas partes.

¿Qué hora es? Ya son las 17.48. Definitivamente no va a venir. Se habrá entretenido por el camino o no ha creído oportuno presentarse. Lo realmente triste es que siempre nos acabamos creyendo sus excusas y guardando sus constantes errores en el olvido. Así no avanzamos. ¿Que cómo se llama mi cita? Justicia. Quería hablar con ella, intercambiar opiniones? No sé, quizás tú puedas, o quizás si nos unimos todos acaba haciéndonos caso y mejora. España tiene un problema con la justicia, para empezar no es justa y por consiguiente, tampoco es eficaz. Y siempre llega tarde. Demasiadas víctimas de la violencia de género lo corroboran.