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J. Carlos Ortego
La tramontana es el viento predominante de esta tierra, todos lo sabemos, el rey que domina la Isla a capricho, peina "ullastres", almendros y lentiscos y los deja alineados todos a su medida. Es potente pero noble, avisa de su llegada y conocemos sus efectos, forma parte de la personalidad menorquina. La sorpresa suele venir de otros frentes, cada equis años se presenta el vendaval de "ponent", "mestral" o "llevant" y pilla a todos desprevenidos, en particular, la atrevida primera línea, la que suele venderse -y comprarse, claro- como un privilegio de veraneo residencial.

Sin embargo, la naturaleza repite sus manifestaciones de poder de forma cíclica, no tiene nada que ver con el cambio climático por más que ahora se recurra a este fenómeno para explicar cualquier incidencia meteorológica. Hay marcas claras que indican hasta dónde llega el avance del mar enfurecido, cuencas secas de torrentes que orientan por dónde discurrirá el agua en caso de lluvias fuertes y prolongadas y hay también síntomas y pruebas de que no se respetan esas marcas, de que la mano del hombre ha puesto cemento donde barruntaba negocio. La presión inmobiliaria no ha tenido en cuenta esos pequeños detalles de la naturaleza y luego pasa lo que pasa. Y volverá a ocurrir, y volverá a pedirse dinero público para reparar la infraestructura y hasta propiedades privadas, y lo que es peor, no escarmentaremos.