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Juan Hernández Andreu
catedrático UCM y miembro del IME
Las analogías entre la crisis actual y la crisis de 1931 van más allá de los factores financieros y de los correspondientes a la causalidad de precios relativos. Otra explicación aguda de la crisis del 29 se refiere a la falta de cooperación económica y política entre las naciones y a los nacionalismos resultantes que ocasionaron políticas proteccionistas en el comercio exterior, el auge del comercio bilateral y la creciente política armamentística de funestas consecuencias.

A resultas de la malograda experiencia, aunque con notable retraso, los dirigentes políticos occidentales después de la segunda guerra mundial -incluso antes de su término- organizaron las relaciones políticas y económicas entre las naciones conforme principios de cooperación internacional. Vino Bretton Woods, después el Plan Marshall, la OCDE, otros organismos internacionales y la construcción de las comunidades europeas sobre una base económica, pero con finalidad política de integración y de evitar en tiempos venideros el enfrentamiento bélico entre Francia y Alemania, que arrojaba dolorosos precedentes y se buscó la concordia. Este enfoque generó prosperidad para Europa durante dos decenios, de niveles superiores a los conocidos anteriormente. Fue la Golden Age europea, que siguió a la depresión nacida en 1929.

Efectivamente, en aquellos años no hubo inflación, sobre todo en los países constructores de la Unión Europea, los tipos de interés fueron bajos y reinó la estabilidad monetaria, pero estos elementos no son suficientes, por sí mismos, para explicar las altas tasas de crecimiento per capita que alcanzaron Alemania, Francia e Italia entre 1950 y 1970. Es decir, las propuestas keynesianas de demanda de consumo y de demanda de inversión, pública y privada, ambas crecientes, fueron efectivas con éxitos de bienestar social porque contaron también con una especial clase dirigente que estuvo a la altura de las circunstancias, como los estadistas Schuman, Adenauer y De Gasperi, que compartieron una idea de Europa, fundamentada en la Historia, en el patrimonio cultural y en la explícita concepción de los principios cristianos que la inspiraron y constituyeron, tal como se pretende reflejar en la bandera europea.

En el caso de Italia hubo una convergencia, entre Keynesianismo y voluntarismo cristiano. Este predica austeridad y solidaridad como norma de vida, así como un enfoque positivo en las pautas vitales que giran en torno al ámbito familiar y de cada individuo, sin olvidar que la Iglesia católica defiende la libertad y la responsabilidad individual, sin forzar ni juzgar para nada la conciencia personal, siempre la respeta. Esta filosofía lógicamente inspiró a la DC italiana y a la del resto de partidos demócratas cristianos europeos, aportando una común resonancia de solidaridad entre los distintos agentes económicos para hacer frente a la depresión postbélica, para estimular las políticas de recuperación mediante el fomento del empleo y así difundir el bienestar social.

El problema de hoy radica en que podemos encontrarnos con pretendidas eficacísimas medidas de corte monetario capaces de hacer frente a la crisis financiera actual, como las que están adoptando las autoridades de las principales zonas monetarias, con conocimientos precisos, teóricos y empíricos, de historia económica, monetaria y financiera, que enseñan la conveniencia de impulsar el gasto público y privado con criterios de alta productividad para atajar el problema del paro; pero mi duda es si los agentes políticos actuales, económicos y sociales, ostentan el mismo alto nivel de concordia que ejercieron aquellos que construyeron el Mercado Común Europeo en 1958.

Hoy día tenemos que la globalización financiera del último decenio no siempre fue acompañada de prácticas económicas cooperativas que facilitasen el impulso económico a través del libre comercio y de transferencias directas de capital de las naciones ricas a las pobres; de modo que la eclosión de la crisis puede que agudice más estas carencias de recíproca colaboración a pesar de los avisos de algunos dirigentes políticos al respecto. Las instituciones financieras tienen graves problemas de confianza entre ellas. Las dificultades se incrementan con una Norteamérica descentrada por las mermas éticas en la conducta de los hombres de negocios y con una Europa eficaz en el ámbito de la integración mercantil, pero nada positiva en el alcance de una política común con efectos solidarios. Prevalece la Europa de los mercaderes sobre la Europa solidaria.

Todo este largo proceso secular fue peculiar en España comparado con el resto de la UE. Aquí hubo crisis del 29, que se intensificó muchísimo durante la guerra civil. No hubo arribo de Plan Marshall, sino de un programa tardío bilateral de defensa mutua entre España y Estados Unidos (1953). A pesar del despegue industrial de España -precedido de un eficaz plan de estabilización- en los años de 1960, la entrada española en el MC quedó congelada durante decenios. La Democracia cristiana como partido político no obtuvo apenas representación parlamentaria en las elecciones democráticas (la mayoría de los demócratas cristianos se integrarían en UCD y algunos lo harían en el PSOE). El legado más importante de la transición política fue el espíritu de consenso de los Pactos de la Moncloa, donde concurrieron las distintas fuerzas políticas y sociales con el principal afán de sacar adelante la crisis económica del país en una situación política muy delicada. Todos cedieron algo en sus objetivos en aras de alcanzar un óptimo compartido y que beneficiaba a toda la sociedad. Los fines políticos se consiguieron con la Constitución de 1978 y se resolvieron las dificultades económicas del momento, pero quedó pendiente la reconversión de la red industrial española. Este vacío lo venimos arrastrando y actualmente es la causa de que la depresión económica sea aquí tan intensa.

Para terminar, si nos fijamos en la recuperación y crecimiento europeos de los años 1950-1970 y los comparamos con la situación de hoy, para salir de la actual recesión económica muy grave -a mi juicio más compleja que la de 1929-, es necesario establecer también, como antaño, elementos de concordia y de estable entendimiento entre partidos y ciudadanos para diagnosticar y resolver los problemas económicos y sociales, como sucedió hace más de medio siglo en el conjunto de la Europa occidental, entonces todavía con huellas activas de su incólume civilización cristiana; pero en estos momentos todavía no observo suficiente "masa crítica" para ello, para que nazca la cooperación entre los pueblos, indispensable para enderezar el ciclo. En el caso específico de España, observamos también lo importante que fue el espíritu de todos los partidos y en general de toda la sociedad española que actuó al unísono con entendimiento y estrenó con éxito la convivencia democrática después de 1978. Las lecciones son elocuentes y entiendo que lo que resta a nuestra sociedad para impulsar la eficacia de la política económica frente a la profunda ola depresiva que padecemos es el consenso entre gobierno y oposición durante la presente muy delicada legislatura, al menos en este punto, de lo contrario no arriendo las ganancias a ninguno de los dos, nos llevarán a mayor ruina si cabe. Feliz y próspero (¡!) año 2009.