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Estoy de lo más feliz porque, si es usted más madrugador que los niños de San Ildefonso y está leyéndome, sepa que habré salido antes que ellos.  Codearse con el día del sorteo no le hace a uno rico, pero tampoco te hace que el gordo te roce.  Sea como sea hoy es el día del esperado sorteo, el sorteo al que todos jugamos con una mayor o menor participación y es que, en el fondo, somos unos tremendos tradicionalistas. Pero antes de meterme de lleno en mis elucubraciones y que se me pase algo importantísimo, quiero desearles a todos ustedes una feliz Navidad, de corazón, tanto a mis conocidos amigos como a mis desconocidos enemigos, a los primeros porque sabrán apreciarlo y seguramente me corresponderán en la misma medida y a los otros para que chinchen por no querer comprenderme y que sigan mezclando bilis con cava en estas entrañables fechas y que no se extrañen si en un control dan positivo, ya que eso, lo positivo, raro en ellos, aquí también les va a marcar la diferencia. 

Y ahora en serio, no se olviden de pedir siete deseos al alzar su copa, el siete es número cabalístico, y antes frótela bien como si se tratase de la lámpara maravillosa, hay que pedir más de uno y más de tres porque la crisis se nos va a llevar un buen puñado y aunque no vea usted salir de ella al duendecillo, no se preocupe, siga pidiendo porque al fin y al cabo, si hay algún mago capaz de convertir nuestros sueños en realidad, lo llevamos dentro de cada uno y tienen nombres tan olvidados como la fe y la esperanza. Si somos capaces de creer en algo y tener la esperanza de que podemos conseguirlo, estaremos sin duda en el camino de la realización.