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Con ritmo cíclico, particularmente en verano, aparece la idea de profundizar en la dimensión turística y recreativa del puerto de Maó mediante la restricción del tráfico rodado. Ni la medida es fácil ni despierta unanimidad entre administraciones, empresarios de la zona y ciudadanos en general, ya que el debate no puede sustraerse del conjunto urbano. Ahora, la inminente desaparición del tráfico de productos petrolíferos y una favorable predisposición del gobierno municipal anima la reaparición de una propuesta que hasta ahora se ha ensayado sólo en fechas y acontecimientos señalados.

En contra de la medida juegan antecedentes como la renuncia municipal a avanzar en la peatonalización del centro, la concurrencia de competencias de dos administraciones, la falta de consenso entre los propios comerciantes y residentes en la zona, la conveniencia de contar con alternativas de aparcamiento y transporte, y, sobre todo, la necesidad de compatibilizar la actividad marítima. Por el contrario, un itinerario portuario con menos presión automovilística, con franjas horarias libres de vehículos, supondría una apuesta decidida por un uso más acorde con las actuales políticas ciudadanas de sostenibilidad.