El ejército israelí ha localizado y asesinado a Hasán Nasralá, el líder de Hizbulá que controlaba el Líbano y que abogaba por la destrucción total del Estado de Israel. El bombardeo «quirúrgico» al cuartel general del máximo responsable de la milicia chií se ha saldado con la muerte de otras seis personas y más de 90 heridos. El golpe supone una escalada más en el polvorín que se ha convertido Oriente Próximo y evidencia la infiltración de los espías judíos en Hizbulá, una organización terrorista que parecía impenetrable.
Su cúpula ha sido decapitada en unos pocos días. La ofensiva de Tel Aviv llega cuando está a punto de cumplirse un año de la matanza del 7 de octubre, perpetrada por milicianos de Hamás que entraron en territorio israelí y masacraron a 1.200 civiles, policías y militares. Netanyahu ha repetido hasta la saciedad que no se detendrá hasta erradicar por completo a Hamás y a Hizbulá. Algo que se antoja imposible. En este contexto de máxima tensión queda por determinar cómo responderá Irán, que es la potencia regional y archienemiga de Israel, además de financiar a HJizbulá. El ataque de ayer en Beirut podría ser la gota que colma el vaso de la paciencia persa, pero los analistas de política internacional opinan que el régimen de los ayatolás está centrado en conseguir un arma nuclear. Y no quiere luchar con Israel.