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Se han cumplido ocho meses desde que las tropas de Israel invadieron la Franja de Gaza. Fue la reacción de aquel país al salvaje ataque del 7 de octubre, cuando los terroristas de Hamás entraron en territorio hebreo y asesinaron a más de un millar de personas. El Ejército del primer ministro Benjamín Netanyahu respondió a este sangriento ataque terrorista, pero la desproporción en la respuesta ha sido tal que los muertos palestinos suman ya 36.700 personas, la mayoría de ellos niños, mujeres y ancianos que nada tienen que ver con los milicianos yihadistas.

El colosal esfuerzo bélico del Gobierno judío se puede mantener por el apoyo de Estados Unidos, pero la relación entre esos dos países se está enfriando porque Joe Biden, presidente norteamericano, considera inaceptable la matanza indiscriminada de civiles palestinos. Ahora, con la Franja de Gaza reducida a escombros, Israel está sopesando la posibilidad de abrir un segundo frente en el Líbano y atacar a las fuerzas de Hizbulá acantonadas en aquella frontera. Durante estos meses, las escaramuzas entre unos y otros han sido constantes, pero ahora la posibilidad de un asalto a aquel país vecino cobra más fuerza que nunca. Sería, en cualquier caso, una catástrofe porque de nuevo mucha gente inocente padecería las consecuencias de una guerra abierta. Hay que evitar este conflicto.