Quería mantener mi propósito, desde la ordenación episcopal, de no entrar en polémica con nadie. El silencio ante las críticas o ante determinadas opiniones era, y es, un buen criterio para la función de obispo que exige un trabajo callado y tenaz para el desarrollo y fomento de la unidad del Pueblo de Dios.
Me siento impelido en este momento a responder públicamente al escrito del amigo José Mª. Quintana en la página 18 del MENORCA de este domingo, 22 de diciembre. La razón de la respuesta se basa en la relación directa de su orientación hacia mi persona, hacia mis opiniones y, en general, hacia las indicaciones que semanalmente dirijo a todos los cristianos en el FULL dominical. Habla de los obispos españoles. Sin matices y sin distinciones. Y me siento aludido.
Hace referencia el autor del artículo a la cuestión catalana y, tras la utilización de unas citas y la expresión de sus opiniones acerca de ello, declara que siente vergüenza (debido a la postura del conjunto del episcopado sobre este tema) de pertenecer a la misma Iglesia que un servidor aunque aclara que no la abandonará porque la fe en Jesucristo es superior a la opinión política de todos los obispos juntos.
No entro a discutir ni valorar tales opiniones. Solo deseo hacer unas puntualizaciones:
1.- Como soy el obispo de esta comunidad diocesana, le pido perdón por si mi diaria actuación le provoca vergüenza de pertenecer a la única Iglesia de Jesucristo.
2.- No poseo el más mínimo interés por el poder político o económico en esta sociedad menorquina. No quiero ejercer el dominio sobre nadie. Trato de orientar, como Pastor de la Iglesia, a todos los fieles en aquello que guarda relación con la fe y las costumbres de su vida cristiana según el modelo que nace del evangelio. Por lo que conozco al resto de mis hermanos en el episcopado, puedo afirmar sin restricciones que actúan de igual modo.
3.- El referido artículo manifiesta un tono distante y, según mi parecer, poco delicado con los obispos españoles. Globalmente adolece de cierto cariño con las personas y de cierta confianza en sus actuaciones. Solo le falta exigir silencio total porque, según una tendencia muy extendida en la actualidad, sobran motivos (no son legisladores, no son demócratas, no tienen mayoría, no se presentan a las elecciones) para que no den a conocer sus opiniones, tan legítimas, por otra parte, como las de cualquier otro ciudadano o grupo social.
4.- Faltan indicios para encontrar fraternidad cristiana en el conjunto del artículo y, me parece, no consigue su pretensión de alertar y corregir opiniones ajenas. Cae con facilidad en el ámbito de la descalificación y en la sospecha permanente de los intereses ocultos.
5.- El recurso a la historia como arma arrojadiza para acallar al contrario, en cualquier circunstancia y como representante de una institución con dos mil años de historia y millones de sujetos responsables, no es un buen argumento para validar la propia opinión.
6.- No deseo contribuir a la confrontación. Solo me importa la transmisión del evangelio de Jesucristo y la confianza que debe generar mi actuación como Pastor de la Iglesia. Lo mismo que los demás obispos.
Para todos pido lo que recuerda a diario el papa Francisco: que refuercen en sus palabras y en sus gestos la cercanía personal, la aceptación alegre y confiada de la fe y la moral cristiana, el cariño hacia los respectivos Pastores sin reservas, sin sospechas, sin descalificaciones, la preocupación por los más pobres... Y todo ello exigiendo a los mismos obispos un compromiso más firme y una exigencia más intensa con todo aquello que predican.
Con un atento y cordial saludo.
Salvador Giménez
Obispo
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