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Tarifes aèries abusives

"Ara ho sabem".

Si per alguna cosa ha servit tot el rebombori encetat pel ministre de Foment, amenaçant reduir les bonificacions pel transport aeri, ha estat per destapar d'una manera clara i rotunda que els preus que les companyies aèries han estat aplicant als vols que connecten amb les illes són abusius.

Si abans molts ho sospitaven en veure la diferència de preus amb altres trajectes semblants, ara aquesta sospita ha tornat certesa.

Ara sabem que les companyies aèries han estat aplicant durant anys tarifes desmesurades en els vols que operen en la nostra comunitat, especialment en la nostra illa, en comparació a altres trajectes similars.

Ara sabem que les companyies aèries s'han estat aprofitant dels menorquins obligats a agafar el transport aeri, en no tenir altres opcions, per augmentar el cost del vols d'una manera encoberta.

Ara sabem que les companyies aèries s'han estat aprofitant del descompte del 50% que els menorquins gaudim, per anar pujant subreptíciament les tarifes dels vols entre un 30% i un 50%.

Ara sabem que les companyies aèries s'han estat aprofitant durant anys de les subvencions que l'Estat atorga al transport de la nostra comunitat per incrementar dissimuladament el preu dels vols a càrrec de l'erari públic.

Ara ho sabem...

Federació d'associacions
de veïns i veïnes de Menorca

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Sostenibilidad: verdad o falacia

Uno de los términos que transfiere olor a muerto es el de «sostenibilidad». Si uno echa mano de diccionarios o cualquier tipo de léxicos, la definición que dan de la sostenibilidad es parca y expresiva. Sostener es estar debajo de una cosa evitando que se caiga. O sea que se refiere a apuntalar lo ruinoso o, al menos, aquello que ya no tiene fuerza propia para tenerse en pie. Por su parte el Diccionario de la Academia Española dice de sostén o sostener, que es igual a «sustentar; a mantener firme una cosa». Como puede observarse, un derivado de sostener que es sostenibilidad o sostenible se refiere en cualquier caso a un horizonte de acabamiento. Incluso recurriendo al diccionario académico, su cuarta acepción de sostén tampoco anima nada: Sostén.- Prenda de vestir interior que usan las mujeres para ceñir el pecho, con la intención que puede sostenerse.

Dicho lo anterior, ¿qué quiere decir, por tanto, que se está proponiendo una economía sostenible? ¿Se trata de una economía nueva, en cuyo caso se denuncia el largo y escandaloso mantenimiento de la economía actual como economía inservible, o más bien estamos en el apuntalamiento de la presente para darle ese cierto aire de seguridad que se pretende? Optar por el primero o el segundo punto de vista no es fácil. En primer lugar, parece obvio que inventar una nueva economía constituiría un acto revolucionario, ya que toda innovación económica precisa un voluminoso acompañamiento cultural de instituciones, procederes y poderes con actitudes diferentes. Una economía nueva debería ser contraria a la actual para ser válida. Es decir, habría de basarse en una propiedad colectiva de los grandes bienes de producción y de los bienes fundamentales, en una educación igualitaria desde el inicio de la primera enseñanza, en un mecanismo financiero ajeno a toda apropiación particular, en una expresión constitucional muy abierta y dinámica, en una representación política muy escalonada y revocable en sus diversos escalones, en una justicia verdaderamente administrada por el pueblo, en un comercio sin obstrucciones intermediarias... Todo esto constituiría una economía, una moral, una ciudadanía sostenibles dinámicamente, puesto que se evitaría la creación de plusvalías apropiables y amortizadoras, ya fuesen materiales o intelectuales. Cualquiera medianamente instruido sabe que el ser humano y una serie de moluscos tienen un aparato reproductor perfectamente arraigado en la roca, lo que exige arrancarlo de cuajo cuando se quiere que la especie, la tierra y la mar den otra cosa. Llevando la reflexión a lo concreto, uno duda de que una riada de normas y leyes puedan crear un ámbito social más íntegro y sano si no se cambian las decisiones de funcionamiento y la propiedad de los poderes. Es más, esa riada normativa, que constituye ya un verdadero tsunami, sólo sirve para embarullar la capacidad intelectual del ciudadano y para distraer la atención con algo parecido a lo que se logra con el lanzamiento de señuelos o blancos falsos cuando se quiere engañar a la artillería contraria o, en el terreno político, desviar la atención pública de los verdaderos problemas concentrándola sobre cuestiones como el terrorismo o la violencia, lo que ahora es tan frecuente. Por ejemplo, las cien mil decisiones tomadas o, lo que es más grave, simplemente anunciadas, para construir una economía sostenible no pasan de constituir una falacia basada en la solemnidad que parece tener el benéfico propósito de sostenimiento de algo, como si la hecatombe que ha creado la crisis fuera fruto de un puñado de comportamientos desviados y de una mala y abusiva práctica corregible por gobiernos inocentes que se equivocan, pero no engañan. La sociedad no puede cambiar si no cambian los individuos, pero los individuos no cambian si no lo hace la sociedad. En los periodos revolucionarios sociedad e individuos se funden en un mismo lenguaje.

Lo sostenible puede aparejar, además, otro desequilibrio del pensamiento. Sostener viene a ser lo contrario de crear. Sostener equivale a insistir en idéntica postura o a dinamizarla artificialmente, en el caso que nos ocupa, por el mismo carril que llevó la situación social a su descarrilamiento. Una sociedad que decida anclarse en lo sostenible sin cambiar radicalmente sus objetivos de existencia corre grave riesgo de quedarse sin futuro. Si hay algo que esté desarticulando la vida española es precisamente lo que está siendo sostenido a pesar de la herrumbre que la hace chirriar: apuntalar el sistema con recortes salariales, laborales, sociales, y privatizaciones de servicios básicos de atención ciudadana. Lo sostenible niega la invención y toda audacia moral que abra la puerta del horizonte. España no necesita una economía sostenible en términos capitalistas -una frase más cultivada en el jardín de bonsais de La Moncloa-, sino una economía humanitaria y solidaria, una vida política capaz de superar el capitalismo y transitar al socialismo.

Para que el mundo sea sostenible es necesario una nueva jerarquización y racionalización del consumo, una aceptación de valores colectivos entre los que figure un nuevo sentido moral del trabajo, una técnica a escala humana y sometida al trabajador, solidaridad internacional, ciencia sin exclusiones, derechos celosamente respetados, un aparato financiero público que cubra las necesidades y no que las rehuya, unas instituciones políticas que vivan en la calle... Un mundo así es realmente un mundo sostenible. Pero ¿se habla de todo eso cuando se nos invita a creer en la sostenibilidad sin cambiar de raíz las razones de la crisis? Ahí radica el gran compromiso.

Es preciso recuperar la dimensión humana, acercarnos otra vez a nuestras posibilidades, recuperar la moral del trabajo empapado de humanidad. Y todo eso no se logra manteniendo un gigantismo en que los alienados estén orgullosos de su propia alienación. Parece que el progreso sostenible demanda un audaz paso atrás y tomar impulso camino del futuro. O entendemos la paradoja o la masacre proseguirá.

Iñaki Silveira Lorenzo
Ciutadella