TW

Esta es la historia de una batalla cruel. Un inhumano juego de las sillas con adultos corriendo despavoridos alrededor de un grupo menguante de asientos, al son de una música terrible, dando vueltas sin saber si en el momento que pare van a poder sentarse, si van a salvarse o serán expulsados. No es un capítulo de la serie «El juego del Calamar».

Ni ocurre lejos de aquí. Es un drama que se desarrolla ante nuestros ojos. La historia real de un monstruo que va creciendo hasta hacerse abominable en los sótanos del paraíso. Un tumor maligno que ha hecho metástasis y se expande por la Reserva de Biosfera. Es un moho maligno que hemos dejado que prolifere desde las esquinas de los luminosos escaparates, que lo está empezando a contagiar todo, que amenaza con enfermar a la Isla entera sin que nadie parezca capaz de evitarlo. Estas son líneas dedicadas a un fracaso colectivo. El grito desesperado de tanta gente condenada a vivir con miedo en una sociedad que está incumpliendo sus promesas más básicas con quién sabe qué consecuencias.

Este es el cuento de malas noches de personas que llevan años trabajando y que ahora no encuentran dónde vivir. Es una bola de fango convertida en una avalancha que se nos viene encima sin refugios a la vista. Son las vergüenzas que ya no podemos seguir escondiendo bajo las alfombras lustrosas que desplegamos en las ferias turísticas. Esto no sale en las postales que vendemos. Este es el relato de tantas personas obligadas a sobrevivir. La crónica de un presente asfixiante y de un futuro imposible. La triste historia de varias generaciones a la que ya no les sirve el empleo para sufragarse un proyecto vital.

Es una crónica sobre la madre de todas las crisis, la que amenaza con cargarse las perspectivas de futuro de nuestros hijos, que ríen ahora en los desfiles de carnaval, por fortuna despreocupados y ajenos todavía al futuro que les espera. Esta es la broma de mal gusto que nos deparaba la fama y el éxito mal gestionado. La crónica de una isla que ha sucumbido a la especulación y a la regla del sálvese quien pueda, que ha naufragado entre sus contradicciones y que está a la deriva sin nada a lo que agarrarse.

Es la historia de patrones que no encuentran peones. «Es la cultura del esfuerzo, que se ha perdido –dicen– nadie quiere trabajar duro ahora». Vaya. Qué sorpresa. Nadie quiere dedicar el día a servir para luego no poder ni asomarse al mercado de la vivienda. Esta es también la historia de algunos que parecen disfrutar con el juego porque se creen a salvo. Pero si no hacemos algo, la música del juego seguirá sonando. Las casas están cada vez en menos manos, más lejanas. Las acumulan sin importarles lo demás. Y lo demás son jóvenes que ni sueñan emanciparse, familias enteras compartiendo pisos, 40 personas peleándose por vivir en un zulo, trabajadores durmiendo en vehículos, separados condenados a la ruina: represaliados del imperio de la avaricia. La fina cuerda de la convivencia se está tensando.