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Esta época del año, los meses de julio y agosto, es cuando Menorca se pone realmente a prueba a la hora de asumir las diversas oleadas de turistas. Y esta situación afecta a todos los ámbitos. Desde la primera impresión que recibe el visitante al descender del avión o el barco hasta la respuesta de las infraestructuras ante el considerable aumento de la población, pasando por el trato humano o la calidad de los servicios y la oferta que se presenta.

A lo anterior hay que sumar la reacción ante los imprevistos. Si hace unos días fue el caos de Vueling, ahora es el vertido de aceite que ha obligado a cerrar hasta tres playas de Ciutadella. Dejando de lado, por el momento (a ver como acaba todo) si la respuesta para la limpieza ha sido más o menos rápida y si las explicaciones a los bañistas han sido las adecuadas, yo quiero poner el acento en el descontrol que existe en el tráfico de embarcaciones que campan a sus anchas cual domingueros.

Reconozco que esta situación es difícilmente controlable al cien por cien, más allá de la vigilancia sobre los balizamientos o el buen comportamiento en puertos o fondeos.

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En el caso que nos ocupa, estamos ante una clara negligencia de los tripulantes de una embarcación, que además se escabulleron huyendo del problema causado.

Y lo peor es que este descontrol marítimo tiene su reflejo en las carreteras. A la densa circulación, y las claras deficiencias que presentan no pocos tramos de la red viaria, se unen - igual que en el mar - las imprudencias que a diario se pueden ver al volante o en otro tipo de vehículos.

Las administraciones tienen la obligación de poner en orden la alfombra roja, pero el buen uso de ella es exclusivamente una responsabilidad personal. Una buena dosis de civismo no vendría mal.