Me estrené como voluntario en la Isla del Rey arrancando tocones, es decir, la parte del tronco de un árbol que queda junto a la raíz al cortarlo. Había muchos, pero un día se terminaron. El tiempo «sobrante» de este día me puse a podar algún árbol cercano. Así se lo comuniqué al general Alejandre. Él me preguntó:
¬ ¿Te atreves a cuidar la zona boscosa?
¬ Me atrevo a intentarlo ¬respondí.
Voy a hacer una loa a los árboles, se la merecen: Ellos limpian el aire de elementos contaminantes, regularizan las lluvias, impiden la erosión y contribuyen poderosamente a la fotosíntesis, o sea, el conjunto de reacciones que, con la energía de la luz, contribuyen a la formación de principios inmediatos, oxígeno a partir del dióxido de carbono y agua. «Es el proceso químico más importante de nuestro planeta».
Mi ocupación no sería solo la poda para beneficiarlos, sino de ponerlo en condiciones para que las personas pudieran pasar cómodamente, entre y por debajo de la arboleda. Además de quitarles lo que les sobraba había que arrancar una parte muy considerable de tupida maraña de cañas, zarzas lianas y otras especies como el Ailanthus altissima invasor donde los haya. Hubo que sacarles profundamente las raíces a todo lo que no fueran, olivos silvestres, es decir, acebuches (Olea europaea var sylvestris) que en Menorca denominamos uastre o ullaste (*), y lentiscos (Pistacia lentiscus) y en nuestra habla le llamamos mata.
En mi trabajo tengo por sistema que cuando encuentro algún acebuche pequeño ¬el nombre menorquín es revell¬ lo cavo y lo podo para que, con el tiempo, se convierta en un árbol hecho y derecho; lo mismo hago con los lentiscos para que se transformen en un ejemplar de altura considerable, frondoso y bello.
Hubo un trasplante de 24 acebuches jóvenes de los cuales viven 23. Para que sobrevivan durante los veranos tan secos que tenemos es imprescindible regarlos durante unos cuantos estíos. ¿Cuántos? Hay que averiguarlo según su aspecto; si se ven las hojas muy tiernas no les hace falta; si están muy mustias es urgente hacerlo. Hay que cavarlos para evitar que la hierba los ahogue, les chupe los nutrientes y la humedad. Pero al cavarlo hago una excepción: respeto la «rapa mosquera» (Dracunculos muscivorus) que está protegida.
Cuando el trabajo está hecho no es algo para siempre, ni para un número determinado de lustros, ni siquiera de años, hay que pasar y repasar cuando se nota que es necesario.
Colaboré, en su momento, a hacer desaparecer del patio del Hospital el Aloe arborescens; es una planta de jardín bonita e invasora al mismo tiempo. Adorna, pero hay que mantenerla a raya. Otra cosa que hice, previa consulta con el general Alejandre, es abrir el camino suficiente alrededor de la Basílica Paleocristiana para que se pueda ver y contemplar desde fuera con relativa comodidad.
Antes de terminar quiero decir que los árboles son una bendición; una gran dádiva del Sumo Hacedor. Si no existieran habría que inventarlos.
(*) La palabra muy menorquina uastre está registrada en el Diccionari català valencià balear; también es cierto que para leer la definición remite a la palabra Ullastre.
Marcos Segui Pons
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