Recién cumplidos los 18, Maria vuela hoy mismo hacia Barcelona dispuesta a trasladar al plano real cuantas historias ha imaginado su mente desde que empezó la cuenta atrás para el inicio de su nueva vida universitaria. Es la recompensa al compromiso adquirido con ella misma que le ha permitido entrar por la puerta grande en esta nueva y sugerente etapa de su existencia. Atrás queda en su Isla la infancia, adolescencia e incipiente juventud que la han convertido en una estudiante menorquina más en busca de su futuro fuera de nuestro perímetro.
La vida es suya, es de Maria, Luis, Carlos, Helena, José, Miguel, Ana, Paula, Ali ... de los cientos y cientos de jóvenes obligados a cruzar el mar para apuntalar su formación. En la mayoría de los casos se trata de una maravillosa opción para ellos. ¿A quién, en esas edades, no le seduce la experiencia de habitar una residencia universitaria o el ejercicio de la libertad en un piso compartido, lejos del control parental?
Más allá de esa opción ilusionante para chicos y chicas queda el elevado coste económico que supone esta aventura fuera de Menorca. El mayor gasto, sin embargo, es el afectivo porque el lazo se quiebra abruptamente a partir de su ausencia. Porque nada puede suplir la falta de una hija afable, cariñosa, serena pero entusiasta, cuya sola presencia ilumina cualquier estancia compartida en casa. Es el elevadísimo peaje que corresponde pagar a los padres que vivimos en este pequeño rincón del Mediterráneo, es decir, ver volar tan pronto a quien ha llenado tu vida desde que vino al mundo.
Disfruta Maria y saca provecho, aunque aún no te has ido y tu padre ya sufra tu falta.
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