Llega el tiempo de despojarnos de nuestros abrigos y dar paso a la moda primavera-verano, que nos ofrece sin duda una exhibición variopinta de prendas minimalistas que no sólo dejan al desnudo algunas partes de nuestra piel, sino que también se prestan a destapar y a insinuar toda esa retahíla de inseguridades, aversiones personales, complejos, miedos y demás, que albergan en nuestro interior.
Todos sabemos que la belleza siempre es un plus en el éxito de las relaciones interpersonales. Sino fíjense en la importancia que le damos a la imagen que queremos proyectarle al mundo. Calculen el tiempo que tardan en decidir qué ponerse ante una circunstancia especial, como una cita o una entrevista de trabajo, cuenten las veces que se miran a un espejo o en el reflejo de algún cristal, sumen las que se reafirman si se han decidido a probar con alguna prenda rompedora, indicadora de una fase más en su vida y en su estilo personal. Y es que por mucho en que nos empeñemos en querer ser ovejas blancas, en cada uno de nosotros reside una oveja negra dispuesta a debutar entre la muchedumbre.
Mayormente, vestimos para impresionar, para dejar huella de quienes somos en una sociedad en la que lo que abunda es la normalidad. Vestimos para sentirnos alguien, para reflejar nuestra personalidad, para decirle al mundo, "¡Hey! ¡Aquí estoy yo!". Vestimos para debutar, para sentirnos bien, únicos. Vestimos para potenciar nuestros atributos, para ponerle marca a nuestro autoconcepto y para que nuestro autoestima, que no es ni más ni menos que el precio que la sociedad le pone a nuestra persona, sea lo más elevado posible.
En ocasiones, sin embargo, nos empeñamos en dejar lo superfluo de lado para centrarnos en aquéllo que creemos que es lo correcto, y es entonces cuando nos revestimos de austeridad, sencillez y discreción, reclamando a gritos la autenticidad y la naturalidad que creemos abandonar si seguimos el camino de las tendencias. Pero aún así, aún conduciendo por carreteras secundarias ajenas al autopista de la moda, con el objetivo de huir de lo banal para acercarnos más a lo esencial, continuamos creando nuestro propio estilo, que termina por dar síntomas de nuestros pensamientos, sentimientos y emociones, abocándolos finalmente, de una forma u otra a la multitud.
Los colores, trajes, jeans, botas o complementos con los que vestimos o no vestimos, dicen mucho de nosotros. Con ellos juzgamos y somos juzgados. Nos sentimos seguros o inseguros, nos convencen o no, llenándonos de valor según lo que queramos decir con ellos, aunque lo que intentemos sea únicamente, no decir nada. Porque lo que es imposible señores, es no comunicar.
No tengan miedo a ser diferentes, no se escondan de sí mismos, siéntanse cómodos informando al mundo de que eligen contemplar a las ovejas negras como una opción más que válida a elegir, siéntanse personas libres y dispuestas a dejarse sorprender por las creaciones mundanas, sin necesidad de restar importancia a algo que convive diariamente con nosotros, la Imagen. Descubran su estilo y utilícenlo para comunicarse en un idioma más visual, sensitivo y perceptivo, capaz de atravesar fronteras. Mírense al espejo, descubran lo que quieren que éste refleje y elijan su vestimenta, corte de pelo o estilo personal lo más acorde a lo que quieran expresar, !y no se corten¡, porque en esta vida no hay expresiones malas, sino malas interpretaciones.
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