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A medida que el ser humano crece como persona va cimentando sus ideales y comportamiento a base de formación intelectual y experiencia vital. Así se moldea nuestra personalidad, que será determinante a la hora relacionamos con nuestros semejantes y el mundo que nos rodean. Por ejemplo: «Soy de izquierdas, del Real Madrid y católico». A partir de aquí, como diría Serrat, «cada uno es como es, cada quien es cada cual y baja las escaleras como quiere». El problema surge cuando ese reflejo de nuestra mente y alma se torna en inamovible... donde la duda desaparece.

Entre «Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros», que diría el bueno de Groucho Marx, y el «Yo tengo la razón y el que no esté conmigo está contra mí», hay un termino medio que en los últimos tiempos se está perdiendo cada vez más.

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Parece como si el respeto por las ideas de los demás, la falta de autocrítica o el entender que el mundo es un abanico de realidades diferentes esté desapareciendo por un sumidero que desemboca en la orilla de los conflictos y las polémicas, transformando el paisaje en un campo de trincheras.

Personalmente, creo que nuestro yo no se menoscaba si dejamos, humildemente, una puerta abierta a la duda que sacuda nuestras murallas, sin que ello implique que estas que sean derribadas.

Recuperar la capacidad de dudar puede ayudar a cerrar muchas cicatrices que a día de hoy están supurando.