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España puso los pies en el suelo en Maracaná, mítico estadio del fútbol mundial, donde dibujó una imagen deteriorada que no se ajusta al juego mayestático regalado al universo de este deporte en el último lustro.

El desplome de la Selección encontró su prólogo en la interpretación del himno y concluyó en la exhibición del que ya es nuevo ídolo culé, Neymar, elegido mejor jugador de la Copa.

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Brasil ya ganaba la final antes de que ésta comenzara visto el fervor, la pasión con la que jugadores y aficionados entonaron 'a cappella' las últimas estrofas de la canción que les identifica. Les iba la vida en cada palabra como después trasladaron en cada balón dividido del encuentro. Brasil salió a jugar la final de un Mundial y España, la de un torneo cualquiera. La diferencia de intensidad marcó el desarrollo del partido, inclinado del lado canarinho con la fortuna del tempranero primer gol.

A España esta vez le faltó el músculo de Javi Martínez para auxiliar a Busquets en el centro del campo y combatir, cuanto menos, el extraordinario despliegue físico de los anfitriones. La Selección se hace mayor, es indudable, pero las nuevas generaciones aseguran un estilo que debe ser innegociable de cara al futuro.