No es excesivamente frecuente que un partido precise 17 tarjetas, aunque conociendo el vigor, a veces mal administrado, de villacarlinos y ferrerienses tampoco debería considerarse como una cifra imposible.
En todo caso la actuación cuestionable de Mohamed Ouali el sábado en Es Castell, según todas las versiones, multiplicada por la volcánica reacción del presidente local, Florencio Conde, ha desempolvado el viejo debate de la capacidad de los árbitros menorquines, el comportamiento de los jugadores y la actitud de determinadas aficiones, más allá de la fama que pueda haberse granjeado la del club villacarlino.
Cada uno de los estamentos defenderá su posición y culpará al de al lado, como suele suceder. Seguro que los árbitros deben mejorar su preparación porque están obligados a hacerlo para ejercer su cometido de la manera más correcta posible. Pero el camino para desterrar reacciones agresivas y coléricas, dentro y fuera del camp solo tiene un sentido y es el que marca el de la educación, tanto en los futbolistas, de pequeños a mayores, como en los propios árbitr os, directivos y aficionados un valor innegociable que debería exigirse en cada club con tanta trascendencia como el aprendizaje de este inigualable deporte.
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