A los escenarios asiáticos –Irak y Afganistán– nos llevaron nuestros aliados norteamericanos. A la destrucción de Yugoslavia fuimos nosotros mismos, los europeos, los indecisos y los corresponsables y ahora, tras la falsa primavera de los países ribereños del Mediterráneo, nos damos cuenta de que al sur de sus extensas fronteras, hierven graves problemas de seguridad que, seguramente, nos afectarán. Nuestra vigente Directiva de Defensa Nacional de julio 2012 nos lo advierte: «No puede olvidarse que la seguridad de España y la plena estabilidad mediterránea solo se logrará si su entorno inmediato, Oriente Medio y el Sahel, se mueven en la dirección adecuada».
Ahora ha estallado un problema que se mantenía larvado y que no queríamos ver entre nuestras preocupaciones: Mali. Problema de «amenaza para la paz y la seguridad internacionales», según la Resolución 2085 del Consejo de Seguridad de 20 de diciembre de 2012, problema de opinión pública y de decisiones políticas más que delicadas.
Todos conocemos las diferencias entre las promesas electorales y las responsabilidades de gobierno. El presidente francés, Hollande, se ha visto obligado –en mi opinión con razón– a intervenir: «Está en juego la existencia misma de este estado, la seguridad de su población, incluidos los 6.000 residentes franceses, en lo que es una amenaza no sólo para Francia sino también para Europa». Quien ahora esgrime un demagógico y desgastado «no a la guerra» es el ex primer ministro Dominique de Villepin. ¡Cosas de la política!
Francia ha demostrado una vez más que tiene a sus Fuerzas Armadas como instrumento eficaz y sin complejos de su política exterior, que sabe calibrar y asumir riesgos y es consecuente con sus aliados, especialmente los que forman la francofonía. Ha maniobrado bien en el Consejo de Seguridad, obteniendo una clara autorización. Ha conseguido los iniciales apoyos diplomáticos de Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y España y ha sido consciente de que una fuerza internacional como la definida por Naciones Unidas, aún bajo el paraguas del Capítulo VII de la Carta, puede tardar meses en formarse y desplegar cuando la situación sea irreversible. Todos están de acuerdo en que los temas africanos deben ser resueltos por los propios africanos, pero las intenciones muchas veces no bastan. No obstante hoy, Burkina Faso presta un apoyo importante. Argelia permite sobrevuelos, Nigeria y Senegal ya despliegan fuerzas junto a las francesas en la capital Bamako y en el estratégico aeropuerto de Sévaré, situado en el centro del territorio donde se une la rebelde zona norte semidesértica, poblada sólo por 2 de sus 15 millones de habitantes, con el sur del país. Porque estamos hablando de un país de extensión dos veces y medio la superficie de España (1.230.000 Kms.cuadrados). Todas las distancias, todas las superficies conquistadas o perdidas, todos los tiempos, deben ser considerados con esta amplísima óptica territorial.
No son nuevas las rebeliones de los tuaregs del norte que ya consiguieron abiertos estatutos políticos en los ochenta. El problema procede de la contaminación que han sufrido estos movimientos por grupos yihadistas especialmente procedentes de Argelia y de Libia, que han hecho del Sahel un santuario de Al Qaeda y de otros grupos que utilizan el terror como instrumento de acción política.
La crisis actual procede de marzo-abril de 2012, en que parte del Ejército dio un golpe de Estado suspendiendo la constitución del país. La intervención de la comunidad internacional propició la formación de una Autoridad de Transición con Traoré como presidente interino, que debía convocar elecciones y aprobar una nueva carta. Pero en diciembre dimitió el primer ministro y se disolvió el Gobierno en un claro ejemplo de lo que puede constituir un Estado fallido. Ello alentó a los movimientos del norte que rompiendo treguas y pactos conseguidos por gestiones de la comunidad internacional, conquistaron la ciudad de Konna, situada en el centro del país y a unos 600 kms de la capital. Éste ha sido el desencadenante de la crisis actual.
El viernes 11 el Consejo de Seguridad pedía el despliegue urgente de una fuerza internacional, cuando Francia ya movía sus peones y recuperaba Konna. Imagino toda la trastienda diplomática en Nueva York, en Washington, en Bruselas y especialmente –junto a la operativa– en París. Nadie explica el papel de Romano Prodi, enviado especial del secretario general para el Sahel en el desarrollo de estos acontecimientos.
Éste es el escenario, éste es el reto. Mali hereda un proceso de descolonización precipitado de los años sesenta, una conformación del país artificial, unas fronteras extensísimas, indefinidas y permeables con Argelia y con Libia que le han «exportado» movimientos yihadistas. Tiene unas riquezas –es el tercer productor de oro de África– que acaban en manos de pocos y una extensión que dificulta su gobernabilidad. Todos los mimbres para constituir un Estado fallido.
Y aunque no lo parezca, por supuesto, afecta a nuestra propia seguridad. Ya veremos.
Publicado en "La Razón" el 16 de enero de 2013
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