Pueden servir para calmar la sed en el desierto, pueden llevar a la locura convertidas en «gotas malayas» o pueden ser las que rebosen el vaso. Todo depende del tiempo y del lugar.
Las gentes de armas solemos contar una historia, mas o menos real, pero significativa. A comienzos de la Primera Gran Guerra se necesitaba a alguien que interpretase fotografías aéreas. Se le encomendó la misión a un soldado con brillantes estudios universitarios relacionados con el tema. Dos días después, éste se presentó a su jefe para decir que necesitaba otro ayudante ya que había demasiadas fotografías. De paso solicitó ser ascendido a cabo. Sus sucesivas peticiones fueron satisfechas, de modo que al cabo de tres meses mandaba sobre 85 soldados y ostentaba el grado de teniente coronel. Pero ya no podía interpretar fotografías aéreas porque estaba demasiado ocupado atendiendo a la administración de sus hombres.
Ésta podría ser la historia de nuestro actual «Estado fallido». Montamos nuestra especial interpretación del Estado en múltiples entes, y al final no sabemos o no podemos interpretar su esencia más elemental, que es el servicio público. Demasiadas veces parecen olvidar las instituciones, que están para servir. De vez en cuando debo recordárselo a alguien: «Usted es un servidor público», cuando me devuelve la mirada entre la estupefacción y el odio. Me contestará el lector que la idea de un estado de las autonomías era buena; que la ha pervertido una clase política y que esta perversión tiene un coste inasumible. También hay mucha gente honesta al servicio de los demás.
Las Fuerzas Armadas siguen sirviendo a este «Estado fallido» que es el nuestro, a pesar de las dificultades. Cada día tendrán nuevas noticias. Si amenazan de cierre una Academia en el Pirineo leridano, se pondrá en pié toda una comarca e incluso un president de Govern, nada proclive, apelará al necesario patriotismo para mantenerla. Si el buen general Fulgencio Coll pone sobre polines el 60% de la flota de vehículos del Ejército, se alarmarán fabricantes, proveedores y gasolineras. Y si la Armada «alquila con opción de compra» el buque de aprovisionamiento «Cantabria» a Australia, alguien pensará que estamos desarbolando nuestra seguridad y cediendo soberanía. Cuando se diseñó el buque –10 o 15 años– ya dijo alguien que no era imprescindible. Poco imaginaba que acabaría surcando lejanos mares, reforzando la buena saga de ventas que abrieron el «Camberra» (febrero 2011) y recientemente el «Adelaide» botados en Ferrol. Ninguna de las decisiones adoptadas ha sido fácil, no lo duden. El martes anunció el ministro Morenés el repliegue de la misión del Líbano. Habló de costes y me pregunto en qué condiciones decidió el despliegue su antecesora. He conocido contingentes canadienses que reportaban beneficios a su Ejército, al condicionar su participación a cuotas que debían pagar Naciones Unidas u otros donantes. Como también he conocido Fuerzas Aéreas que «vendían» sus servicios como compañías chárter para «hacer caja».
Y estas Fuerzas Armadas dotadas del 0,59% de nuestro PIB –a nivel de Luxemburgo– se han mantenido dignas, honestas, unidas y disciplinadas. Ni un escándalo económico, en épocas en que por todos los costados de nuestra rosa de los vientos proliferan. Son gentes –sea cual sea su grado– que saben que sus retiros se igualan a los de todos los ciudadanos en la Seguridad Social, sin la menor prima. Son gentes que llevan años –junto a muchos funcionarios– que copagan sus medicinas, sin la menor queja.
Ahora, ante la situación, contagiados por otras alternativas surgen voces de protesta. Tienen razón, pero no va con nuestro estilo. Nunca como ahora Defensa se había preocupado tanto por el aspecto moral de nuestra vocación: Cruces Rojas por Bosnia que llevaban décadas pendientes; la Laureada colectiva al regimiento de Caballería Alcántara que se debía desde 1921; el reconocimiento a heridos y enfermos en misiones exteriores etc. Alguien me dirá que no es suficiente. Y tendrá razón. Pero nuestro estilo no es la pancarta, el exabrupto periodístico o el insulto tertuliano.
Pienso en lo que deben sufrir nuestros hombres que patrullan la ruta Lithium allá por Afganistán. ¡Claro que les preocupa que para elegir al presidente del Consejo del Poder Judicial sus veinte miembros hayan presentado, hasta elegirlo, más de treinta candidaturas! ¡Claro que les preocupan los escándalos y las primas de Caja del Mediterráneo o de Nueva Caja Galicia, porque sus padres podrían tener allí sus ahorros! Y no se explican cómo se ha llegado a este «rompan filas de la decencia» en el que parece que el que no roba es tonto. Ellos que ayudan a levantar un real Estado fallido sienten suspendida su soberanía económica y sienten fallida a su propia Patria.
Las gotas de agua deben servir para aliviar la sed. No para torturar. Pero también hay que evitar que rebosen en los vasos de la paciencia.
Publicado en "La Razón" el 19 de julio de 2012
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