Nos acaba de dejar. El pasado día 4 fallecía en un hospital de Guatemala a los 80 años su arzobispo emérito, Rodolfo Quezada. La Razón recogió la noticia, llamando acertadamente a monseñor, «cardenal de la paz». Guatemala es un país de contrastes y contradicciones situado a mitad del continente americano, bañado por el Caribe y el Pacífico. Sede de la capitanía española en el istmo, el país sufrió luchas fratricidas tras su independencia y la mutilación de su territorio en repetidas ocasiones. Pero quien ha vivido en Guatemala se enamora de sus tierras, comprende sus leyendas y quiere a sus gentes. Nación culta, multiétnica y multilingüe, no siempre ha sido comprendida por europeos y norteamericanos. Mas difícil aún es asumir que la nación vivió una larvada y cruel guerra civil durante 34 años, que llegó hasta nuestros días. Al igual que sus vecinos salvadoreños y nicaragüenses, sobre una crisis económica y social, se sumaron los aceleradores de la Guerra Fría que llenaron de revueltas el cono sur. La caída del Muro de Berlín y sus consecuencias propiciaron políticas de encuentro y conciliación de la mano de Naciones Unidas, de un grupo de «países amigos» –entre ellos España–, pero sobre todo de guatemaltecos valientes comprometidos con su pueblo, que posibilitaron la firma de sucesivos acuerdos de paz. Entre estos guatemaltecos se encontraba monseñor Quezada. Y fue precisamente en su diócesis de Esquipulas, cuya catedral conserva celosa un Cristo donado a la ciudad por Felipe II, donde se cimentaron las bases del complejo proceso de paz centroamericano al acordar que «ningún país alimentaría la guerra en el país hermano» y que «los problemas centroamericanos serían resueltos entre centroamericanos». Ésta fue la base sobre la que se creó ONUCA –la misión de Naciones Unidas para Centroamérica– y de las específicas para El Salvador –ONUSAL– y para Guatemala –MINUGUA–. Producto de estos acuerdos en septiembre de 1987 se constituyó la Comisión Nacional de Reconciliación que presidió nuestro buen obispo. Fue la instancia promotora y de acercamiento para establecer un proceso de negociación y diálogo entre los distintos sectores de la sociedad civil, la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) y el Gobierno. Tres años más tarde se firmaba en Oslo un «acuerdo básico para la búsqueda de la paz por medios políticos». Era el primer gran paso. En México en 1991 se ratificaron y ampliaron los acuerdos anteriores. Se reforzaba el papel de monseñor Quezada como «mediador interno», que, a diferencia de otros procesos, hasta cierto momento mantuvo la credibilidad y la confianza de las partes. Luego, «retirado del primer plano de la negociación por el propio Vaticano» –como me señala acertadamente un brillante embajador español–, intervendrían de lleno las Naciones Unidas que ya en 1994 presentaban un «Acuerdo Marco para la reanudación del proceso», el «Acuerdo Global sobre Derechos Humanos», el de calendarización de las negociaciones y una declaración conjunta del Gobierno y de la URNG que allanaba el camino para el definitivo acuerdo de paz. No es fácil resumir todo un denso e hilvanado proceso. ¡No se reconducen fácilmente, ni se restañan las heridas producidas en 34 años de conflicto social! Pero siempre aparecía monseñor Quezada, armado con una enorme paciencia, huyendo de protagonismos, aceptando propuestas y recomendaciones, superando contratiempos en forma de atentados , coacciones, incluso de injurias.
Blog: Entre dos islas
Monseñor Quezada
16/06/12 2:38
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