José Sastre se hizo célebre en el fútbol menorquín, en los 90, como azote contumaz de la clase federativa y política que imperaba entonces aquí y en Mallorca. Los seguidores más veteranos recordarán titulares escandalosos en este diario del otrora presidente de la UD Mahón mientras duró su larga cruzada contra aquél estamento y también el político en pos de recuperar el nombre de su club tras la fallida fusión de éste con el Menorca. Sastre llego a comparar a los federativos con la "mafia calabresa" entre otras muchas lindezas.
Ha llovido mucho desde entonces y aquél presidente que fue todo un personaje dinamizador de las tertulias del deporte insular, ha desaparecido del ámbito deportivo al igual que otros muchos de los que el viernes se congregaron en Maó bajo la feliz iniciativa de la Associació Histórica del Fútbol Menorquí.
El tiempo transcurrido, en todo caso, ha permitido restañar heridas y correr un tupido velo para dejar paso a los buenos recuerdos, que son muchos.
Y es que el fútbol, tanto el profesional como el aficionado, constituye una perfecta plataforma para impulsar los valores que transmite su práctica, es decir, el esfuerzo, la competitividad, el trabajo, pero también la amistad, el compañerismo, la colaboración.
Esas mismas características que deben prevalecer tanto en el vestuario como en el terreno de juego son válidas también para los dirigentes, ese colectivo consustancial al balompié, denostado en muchas ocasiones sin razón pero imprescindible para su organización por más que a veces obtenga prebendas excesivas.
El reencuentro de presidentes fue un ejercicio sano de nostalgia, de aquellos buenos tiempos porque los años pasan, los desencuentros de entonces se olvidan y la amistad reaparece.
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