«Necesitamos comprender a la gente local y ver a través de sus ojos. Es decir, son sus temores, frustraciones y expectativas en donde debemos centrar nuestra atención. No ganaremos simplemente matando insurgentes». Esta recogida frase del general norteamericano Mc Khrystal, pronunciada en 2009, sirve de pórtico a una serie de magníficos artículos que recoge la revista «Ejército» este mes, dedicados a penetrar en una profunda reflexión liderada por oficiales españoles que, junto a los de otros diez países, están involucrados en el ya largo y complicado conflicto afgano.
No es la primera vez que me refiero a esta revista, convertida desde hace unos años en exponente de la inquietud intelectual de nuestros cuadros de mando. Les honra a ellos, especialmente a las generaciones más jóvenes y honra a los mandos que les dejan espacios cediendo a la tentación de figurar en portadas e interiores propensos al halago, a la foto maquillada o al reporte de cualquier conmemoración, como sucede en otras publicaciones de Defensa.
Señala acertadamente el general Rafael Comas, en la introducción a la serie de trabajos, que la conciencia intercultural aplicada a las operaciones tiene dos vertientes claramente diferenciadas, aunque relacionadas: la necesidad de trabajar y cooperar en coalición con personas pertenecientes a NN UU, Organizaciones internacionales y ONG, de origen cultural distinto al propio y la interacción con una población civil de la que en operaciones de estabilización se intenta obtener la mera simpatía, la ausencia de rechazo o el simple agradecimiento por proyectos de reconstrucción, donde la seguridad es secundaria y en operaciones de contrainsurgencia en las que sí se busca el apoyo de la población local porque la seguridad se convierte en prioritaria.
En ambos casos el conocimiento de la cultura y de las estructuras sociales, tribales y religiosas es esencial para determinar los mecanismos necesarios que permitan obtener el apoyo de la población.
Aunque esta reflexión sea reciente y motivada por los modernos conflictos en los que se han visto involucradas las Fuerzas Armadas, la conciencia intercultural no es nueva, como también recuerda el coronel Romero Peña. Ya Alejandro, Aníbal y Hernán Cortés creyeron en la necesidad de profundizar en los parámetros culturales de los distintos pueblos con los que establecieron contacto –el Imperio Persa, la Península Ibérica y México–, que no sólo contribuyeron a que no se opusieran a sus fines, sino que se alinearon a su bando incondicionalmente. Los tres desposaron a princesas aborígenes. Los tres llegaron a disponer de importantes contingentes de tropas autóctonas.
Pero nuestras llamadas guerras de cuarta generación arrastran dos peculiaridades: una es la de la dificultad de prever cuántas diferencias culturales podemos encontrar en un teatro de operaciones, y por otro lado el también alto número de aliados, socios, observadores internacionales, ONG, corresponsales y enviados especiales que confluyen en una zona en conflicto.
El problema radica entonces en prever con quién se encontrarán las tropas, incorporando la conciencia intercultural a los procesos de planeamiento en Cuarteles Generales e incluso en Planas Mayores de las pequeñas unidades.
Otro general norteamericano, Schwarkoft, dice en sus memorias refiriéndose a la Guerra del Golfo: «Hicimos lo que pudimos para evitar problemas antes de la llegada de las tropas –se refiere a Arabia Saudí–. Se prohibió el alcohol y las revistas de contenido erótico, se dieron charlas a los soldados sobre sensibilidad cultural y se distribuyeron manuales y guías culturales referidos a la cultura árabe».
Aquí, desde el comienzo de nuestras misiones de mantenimiento de paz en Angola, Namibia y Centroamérica, completos y bien ilustrados manuales han sido entregados a cada uno de los miembros de los contingentes. Hoy constituyen magníficas piezas para bibliófilos especializados. De Bosnia Herzegovina llegaron a publicarse más de veinte ediciones, cada una más elaborada, más cercana al ambiente cultural en el que debían operar nuestras unidades,bien bajo bandera de la UE, de la OTAN o de NN UU.
Mientras media España disfruta de sus vacaciones; mientras vivimos preocupados por una crisis que sobrepasa parámetros puramente económicos; mientras la promulgación de una Ley sobre Derechos y Deberes de los militares ha pasado desapercibida en las ultimas paginas de la Prensa nacional, unos soldados españoles luchan día a día en tierras extrañas por las libertades de unos ciudadanos, que son nuestras propias libertades. Por su seguridad, que es nuestra seguridad. Sus experimentados compañeros de aquí reflexionan para hacer mas eficaz su trabajo, poniendo al ser humano –sea cual sea su raza y religión– en el centro de sus preocupaciones, por encima incluso de sus deseos de éxito o victoria.
Servidumbre y grandeza de los hombres de armas. Más deberes que derechos, aunque una empecinada política que se empeña en no conocernos priorice éstos sobre las obligaciones inherentes a cada uno de los miembros de las Fuerzas Armadas. Quizás la conciencia intercultural falle en nuestra propia casa.
Artículo publicado en "La Razón" el 10/08/2011
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