Un reconocido medio de comunicación reproducía hace unos días una frase de Víctor Ruiz Iriarte que yo había subrayado siendo joven, en una de las páginas centrales de aquella impagable colección literaria de los cincuenta llamada «Novelas y Cuentos». A precios más que populares, extendió esta entrañable publicación toda una muestra de la literatura universal de la que bebimos varias generaciones. Y la frase de Ruiz Iriarte era –es– más que elocuente: «El delito de los que nos engañan no está en el engaño, sino en que no nos dejan soñar que no nos engañarán nunca».
Tiempos de engaños. Tiempos de desilusiones. Nunca habíamos tenido tanta norma deontológica, nunca tantos decretos de buen gobierno, nunca tantas comisiones de control como ahora, cuando día a día saltan corrupciones por doquier.
Lo normal es lo viciado. Lo honesto y serio, la excepción. Es que nos han matado el poder soñar. Soñar en servir a la comunidad. Soñar en ser útil a los demás. Soñar en emprender. Soñar en arriesgar. Mala muerte la de los sueños y de las ilusiones, porque cercena el ser vivo que lleva dentro toda sociedad.
También a los miembros de las Fuerzas Armadas quieren quitarles el sueño de ser héroes. No se conformaron con desterrar la palabra guerra de sus Ordenanzas. Ahora se empeñan en borrar heroísmos ejemplares. ¿Con qué quieren que sueñen entonces los jóvenes oficiales y suboficiales? Eso sí, que se batan en Herat y en Qala e Naw, pase lo que pase, cueste lo que cueste, incluso la vida. Pero que no hablen de guerra, que no hablen de heroicidades.
Por supuesto debo extender el término héroe a un montón de vocaciones y personas: bomberos, médicos, misioneros, cooperantes, trabajadores de sol a sol.
No puedo dejar de referirme hablando de héroes a la denuncia que suscribía recientemente el Coronel (R)José Luis Isabel en una tribuna de opinión toledana sobre el tratamiento que les da el nuevo Museo del Ejército. Para empezar, la palabra «héroe» ha sido también proscrita, como la guerra. A la Cruz Laureada de San Fernando, la más alta condecoración al valor concedida en España, sólo se le dedican 77 palabras. Son las mismas que se dedican a describir la pólvora negra o al águila napoleónica. Peor parada sale la Medalla Militar, a la que sólo le dedican 36. Sólo dos menciones a laureados: al General Varela por haber conseguido dos, y al General Zabala como propietario de la guerrera que depositó en aquellas vitrinas. No hay mas héroes en plantilla: ni el Cabo Noval, el ovetense que dio extremas muestras de valor, ni el Marqués del Duero, ni Narváez, ni Prim, ni O'Donnell.
No deja de ser triste que se dé más homenaje a nuestros héroes en ultramar, que aquí en un museo tan nuestro. No hay referencias a un Vara de Rey muerto heroicamente en la defensa del Caney ni a Saturnino Martín Cerezo y Enrique de las Morenas, gloriosos defensores de Baler. Son aquellos «últimos de Filipinas» que llevaron al rebelde Aguinaldo a reconocer que: «Se habían hecho acreedores de la admiración del mundo las fuerzas que guarnecían el destacamento de Baler, por el valor, la constancia y el heroísmo con que aquel puñado de hombres aislados y sin esperanza de recibir refuerzos han realizado durante un año, en una epopeya tan gloriosa y tan propia de los hijos del Cid y de Pelayo». Aquí, al parecer, ni lo mencionamos.
En algo no coincido, no obstante, con mi compañero y amigo el coronel José Luis Isabel. Autor de varios libros de historia, es el hombre que ha estudiado con mayor profundidad la vida y milagros de los «laureados» y de los «medallas militares». La Real y Militar Orden de San Hermenegildo, que arropa a la orden de San Fernando, conoce bien sus estudios, que ha publicado en varios tomos. Vamos, que no es un visitante del Museo que «pasaba por allí».
Pero debo decírtelo, mi coronel: sí se puede hacer. Y bien se que se está haciendo. No caen en saco roto las sugerencias. Y un museo se consolida en años de trabajo.
Conocemos a las personas que han dirigido esta reconversión respecto a lo inicialmente planificado por el buen ministro Eduardo Serra, que recibió el encargo de trasladar el Museo de Madrid, al Alcázar toledano. Todo es recuperable. Porque por mucho que se quieran borrar, los héroes seguirán existiendo, uniformados, con batas blancas o con sotanas.
Por mucho que se quieran diezmar las vocaciones, seguirán apareciendo misioneros, cooperantes, médicos y soldados. Por mucho que quieran ahogar nuestros sueños e ilusiones, seguirán apareciendo poetas. No son tiempos de rendiciones incondicionales, sino de guerra abierta a la incompetencia, al odio, a la revancha, a la envidia.
No citas para nada esta palabra, mi coronel. ¿No será todo cuestión de envidia?
Artículo publicado en "La Razón" el 07/07/2011
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