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Hacer compatible el tráfico rodado con las tendencias urbanísticas que recomiendan la peatonalización de los centros de las poblaciones es difícil. De hecho, se crean intensas polémicas como la que se está viviendo en Sant Lluís o debates interminables como el de Maó. Hay casos en los que el dilema se ha resuelto de una manera más natural y que al cabo de unos años ha generado tal consenso que ya no tiene vuelta atrás, por ejemplo en Ciutadella. El meollo de la cuestión es que, para bien o para mal, el coche se ha convertido en nuestro compañero inseparable (al menos para la mayoría) y las necesidades de regularizar el tráfico o el aparcamiento han condicionado en buena parte el diseño de las ciudades. La solución no es fácil, porque lo que a unos les parece beneficioso para otros tiene tintes dramáticos. Y en estas estamos en intentar "pacificar" la circulación en unos pequeños núcleos con un altísimo parque automovilístico.

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Evidentemente, lo ideal sería poder llegar y aparcar frente a nuestro destino (sea domicilio, tienda, cine o bar) y también es cierto que los comercios pueden resultar afectados por una mala decisión. Pero mal estamos si el sustento económico de un pueblo depende sólo de que se cierre una calle. A lo mejor habría que preguntarse si la crisis no tiene un origen más profundo.