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El domingo triunfaron las reglas del juego democrático. Las que nos hemos dado. No las que se pueda arrogar un colectivo. Difíciles de prever aunque ya casi nada nos sorprenda. Difícil pronosticar su alcance. En una semana de mayo hemos transitado entre una esporádica conmoción social y una más previsible sacudida electoral. Hemos pasado de la indignación de parte de la calle a la esperanza de un cambio, no sólo en aptitudes políticas, sino en actitudes públicas, teñidas de esperanza. Cuando podíamos suponer que los «indignados» lo estaban contra una gestión de gobierno que los había arrastrado a esta situación, comprobábamos que se extendía a todo el sistema institucional. Se confundía la mala gestión con las bases de convivencia que nos hemos dado los españoles y se atribuían representaciones que decidimos construir de otra manera, no asamblearia precisamente. Pero había miedo. Miedo a que se desbordase, miedo a que influyese en los comicios del domingo. Demasiado próxima la memoria de la tragedia de un 11 de marzo aún no aclarado.

La reunión de los jurados de los Premios Ejército de este año me había llevado a la capital de España precisamente estos días. No pude resistirme a deambular por la Puerta del Sol. Allí se mezclaban máximas y razonamientos de protesta escritos en cartelas, toldos, andamios y fachadas, con rostros cansados en actitudes relativamente pacíficas, todo impregnado de cierto olor a Rastro y a pura naturaleza humana. Saliendo de la plaza por la calle de Alcalá dos hombres –brazos en cruz– pedían limosna. Me duele el alma al contemplar estas formas y recursos para estimular nuestra caridad. Más adelante alguien, ajeno a todo, dormía debajo de un banco enfundado en su saco de dormir. «Se compra oro», gritaba otro, y yo me preguntaba: ¿a quién? Alrededor pululaban servicios de limpieza y una discreta presencia policial. Creo que se hizo bien aquel fin de semana en permitir la concentración, como también creo que hoy jueves 26, aquello debería estar más que disuelto. El mensaje está pasado.

En la tarde del lunes regresaba en metro a Barajas entre una «troupe» de hermanados franceses e italianos que regresaban de sus maniobras de la Puerta del Sol. ¡Para anotar sus comentarios! Es la nueva generación revolucionaria, hija de aquella otra conmoción del Mayo francés de nuestra juventud. En cierto sentido se quejaban de regresar sin «heridas de guerra». Daba la impresión de que les hubiera dado cierta «charme» el ser fichados en los calabozos próximos de la extinta Dirección General de Seguridad, hoy convertida en pacífica sede de la Comunidad. ¡Estos españoles ya no son lo que eran! Todo se ha entremezclado: redes sociales, concentraciones de las plazas de Túnez y El Cairo, robo piramidal de Madof, el descubrimiento de que al frente del Fondo Monetario Internacional teníamos a un verdadero depredador, la falta de ilusión y oportunidades de nuestra juventud, las estadísticas del paro, los beneficios de la banca y las primas repartidas a sus dirigentes. Cansados de promesas, cansados de escándalos, cansados de prepotencias y de derechos de pernada, alzaba aquella gente sus protestas. En muchos aspectos no me sentía tan lejos de ellos. Pero el domingo triunfarían las reglas del juego democrático. Las que nos hemos dado. No las que se pueda arrogar un colectivo. En una magnífica reflexión publicada en esta tribuna el lunes 23, el magistrado Enrique López se preguntaba: ¿y ahora qué? Ahora se abren expectativas y movimientos de cambio a consecuencia de los resultados electorales. Pero también se asumen graves responsabilidades, con un primer chequeo antes de un año –incluso antes– y el compromiso de atender y asumir parte de lo que gritaba la calle. La gran responsabilidad de nuestras dos grandes formaciones políticas es afrontar el momento: una por habernos llevado al estado de indignación, la otra por asumir el relevo con responsabilidades en la administración local y territorial de prácticamente todo el país, con poco tiempo para presentar líneas de cohesión, de moderación, de ser honestos y parecerlo.

Salimos de la Legislatura mas disgregadora de nuestra Transición, donde incluso el Presidente de la Alta Cámara ha jugado más a peón, alfil, caballo y rey de su partido, que a representar, integrar, conducir y cohesionar, la soberanía de todos los españoles. Si entre este 22 de Mayo y la fecha de las próximas elecciones generales no se produce este cambio, las próximas concentraciones de las «puertas del sol» no acabarán pacíficamente. No es malo leer nuestra Historia, concretamente la «vicalvarada» de 1854. Mas cáustico no podía sentenciarlo el ginebrino Rousseau: «La segunda edición de las obras escritas por revolucionarios está encuadernada con la piel de los que no hicieron caso a la primera». Seamos conscientes de que, realmente, nos jugamos la piel.