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Para los barcelonistas, con la Liga en el saco y otra final de la Champions a tiro, el saldo del poker de clásicos que ha vivido el fútbol español arroja un resultado dulce. Ha cedido la Copa a su eterno rival, sí, pero ha salido vencedor en los otros dos cruces que reúnen más pedigrí que la competición copera, a falta del partido de vuelta de la semifinal europea en el Camp Nou.

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Sin embargo, más allá de la explosión jubilosa madridista en Valencia por su reencuentro con un título tres años después o la celebración prematura de los azulgrana, la fotografía del tetraduelo entre los que supuestamente son los dos mejores equipos del planeta va a quedar borrosa, difuminada. A excepción del ejercicio de precisión que supuso el golazo decisivo de Cristiano en la final copera o la sutil maravilla conceptual del segundo tanto de Messi en la semi europea del Bernabeu, la mezquindad del fútbol mourinhista ha arrebatado la posibilidad real de haber degustado auténticos duelos de titanes del fútbol mundial. En su lugar, el discurso incendiario del entrenador portugués replicado en primer término y con cierto exceso por Guardiola, ha alimentado la confrontación barriobajera sobre el césped entre unos y otros, más propia de otras categorías y otros equipos. Ni el supuesto señorío de sus dos presidentes que están en las antípodas de aquellos Lorenzo Sanz o Joan Gaspart del pasado decenio ha neutralizado la guerra que parece anacrónica entre los dos colosos del fútbol universal en el momento en que podían presumir de ello y han logrado lo contrario.