Cuando el general Gutiérrez Mellado diseñó lo que muchos considerábamos un necesario Ministerio de Defensa, lo concibió como un organismo técnico, administrativo, integrador, coordinador, por supuesto también con determinados y necesarios tintes políticos. Pero era un Ministerio de Estado al más puro estilo del concepto napoleónico, muy semejante al de -entonces– Asuntos Exteriores.
Fernando Püell de la Villa, recoge en una magnífica biografía del general todo su pensamiento, todas sus experiencias, todas sus dificultades, vistas siempre con la protectora óptica de despolitizar a la gente de armas. En tiempos en que se compatibilizaban ambas actividades, política y milicia, marcó claramente una línea de no retorno: «por supuesto se admiten las vocaciones políticas entre los militares; pero el que decida irse no puede volver». Siempre valoré positivamente esta decisión. Poco a poco este carácter se ha ido diluyendo en el ámbito del llamado Órgano Central. El carácter técnico de los altos cargos que ocupaban los puestos directivos del Ministerio ha sido sustituido por personas comprometidas con una formación política, en quienes prima por encima de sus capacidades en materia de Defensa y de su innegable capacidad de trabajo, el amiguismo, la compensación por servicios y sacrificios prestados, los equilibrios entre corrientes e influencias. Nada importa no haber pasado nunca por una Comisión de Defensa del Congreso o del Senado. Nada importa no haber tenido nunca la inquietud por realizar un curso monográfico en el Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional (CESEDEN) que imparte constantemente seminarios para políticos y medios de comunicación. Lo importante no es estar preparado para servir al Estado; lo importante y remunerado es el servicio al partido.
Entre aquel primer subsecretario, almirante Liberal, entre aquellos directores extraordinarios como el general Veguillas en Política de Defensa, entre aquel irrepetible y experto intendente, Paco Muinelo, en Asuntos Económicos, entre tantos otros y los actuales hay una distancia: la que separa al servidor del Estado, del servidor de partido. Liberal se convirtió en la verdadera mano derecha de Mellado. Con Veguillas nunca hemos estado más coordinados con Exteriores sin necesidad de una costosa y abultada secretaria general, y con él empezamos las primeras misiones exteriores bajo bandera de la ONU. ¡Bien sabían los asesinos de ETA a quién mataban! Muinelo conocía no sólo los entresijos de Defensa, sino los de Hacienda, los de la Intervención del Estado, incluso las cuentas corrientes con Washington. Podría señalar muchos más ejemplos.
Uno de los últimos bastiones técnicos que quedaba en Defensa, la Dirección de Relaciones Institucionales, acaba de ser arrastrado por el aluvión partidista. En el Real Decreto 1287/2010 de 15 de octubre que firmó una cesante vicepresidenta del Gobierno, su artículo 16 deslizaba un suave: «en atención a las características específicas de esta dirección general, su titular no será preciso que ostente la condición de funcionario». El último que la «ostentó», Santos Castro, tenía amplísima experiencia en Defensa y en Cultura, era Licenciado en Filosofía y Letras, en Geografía e Historia y en Políticas y Sociología por la Complutense, en Derecho por la de Alcalá y Filosofía por Comillas. Pero «sólo» pertenecía al Cuerpo Superior de la Administración Civil del Estado. Era funcionario, este oficio de leales y sacrificados servidores públicos, blanco controlado en recortes presupuestarios, que constantemente recibe reproches, incluso sutiles recomendaciones de políticos que, como mucho pueden colgar en su despacho el titulo de Derecho o de PNN eventual, obtenido vete a saber en qué circunstancias. Santos perdió un pulso por el nuevo Museo del Ejército y se fue, recién inaugurado éste. También ha perdido Defensa otro funcionario de categoría, Pere Vilanova. Nos tranquilizó a todos su nombramiento en julio de 2008, para un puesto cercano a la Ministra. Un catedrático de Ciencia Política, doctorado con una tesis sobre «Ejército y Poder en la España Contemporánea» pero sobre todo conocido por nosotros por su experiencia en la administración de Mostar en tiempos de guerra, era garantía de que venía a aportar, no a servirse. Él, honesto, alude a problemas familiares para regresar a su Barcelona. Muchos tememos que su salida forme parte del aluvión de constantes cambios que vive Defensa y que han afectado principalmente a la Subsecretaría, al Gabinete ministerial y a los responsables de comunicación y -por supuesto -de imagen. Con estos mimbres, no exclusivos del hoy partido en el poder, se hará siempre difícil el consenso parlamentario. Y así anda contestada por más de 3.000 recursos, dos de ellos admitidos como inconstitucionales, la Ley de la Carrera Militar; así andan no reconocidas las nuevas Reales Ordenanzas; así está estancada con ocho prórrogas, la Ley de Derechos y Deberes. Los tiempos de crisis deben ser aprovechados para reconducir la nave, buscando vientos más eficaces, incluso más económicos. Es tiempo de reconsiderar, de proyectar, incluso de reducir estructuras centrales. Los sesudos gabinetes que diseñan futuro pensando en 2012 deberían leer la biografía de Gutiérrez Mellado, sus leyes y ordenes. Deberían pensar más en «ministerios de Estado» –no es Defensa el único– que en ministerios de partido, si lo que quieren es consensuar, construir y, en resumen, servir.
Artículo publicado en "La Razón"
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