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Ya no es Urko Otegi aquel jovencito grandote e impulsivo que exteriorizaba sentimientos y enamoraba a la afición con sus acciones impulsivas en la cancha. Hoy, ocho años después de su primera incursión en la Isla, este donostiarra-villacarlino que será treintañero el próximo agosto, acumula una madurez cincelada a golpe de alegrías y decepciones. Las primeras, con los tres ascensos que adornan su palmarés –dos en Menorca y uno en León– las segundas, los dos descensos y el desalojo del club menorquinista como desenlace fatídico a sus desencuentros con Curro Segura.

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Ahora su discurso oficial es más cauto, menos desafiante aunque resulte, generalmente, claro. Mantiene su relación idílica con los aficionados más allá de que por ahora, haya perdido mucho protagonismo en la pista. Pero la experiencia es un grado y en base a ella sus declaraciones de ayer no pueden resultar más racionales para neutralizar cualquier otra valoración eufórica. Tres victorias en seis encuentros suponen una marca fantástica, idílica para un club modesto como el Menorca pero, como bien recuerda el capitán, estos tres triunfos eran prácticamente obligados para optar a la salvación. Eso sí, implican una tranquilidad en el club y el entorno desconocida a estas alturas de la Liga. Palabra de Urko.