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La más elemental lógica indica que cuando se inicia un proyecto es porque se sabe que es necesario, o como mínimo, que aportará algo positivo. Si alguien decide construir una desaladora, lo mínimo que se le debe exigir es que se asegure de que la planta es necesaria y que, en cuanto esté acabada, funcionará y solucionará algún problema. En el caso de la planta de Ciutadella, creo que más que una solución, la instalación se está convirtiendo en un problema. La idea de Jaume Matas no tiene quien la compre. El Govern, que hereda ahora la infraestructura, se afana por hallar compradores para el agua desalada, y de momento no ha cerrado ningún trato. Normal, cuando no sabe a qué precio se vende. ¿Ustedes comprarían un kilo de manzanas sin saber cuánto les cuesta?

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El proyecto de la desaladora se está convirtiendo en un despropósito importante. Fuentes de Recursos Hídricos admiten que quizás no era necesaria, pero que ahora que está, habrá que utilizarla, que es muy cara. Mala filosofía, pero el error está al principio, cuando se inició un proyecto con cabos sueltos. Se quería hacer una desaladora, y se hizo. Quizás era necesaria, pero no puede ponerse en marcha una fábrica sin saber quién comprará un producto. Eso, para la empresa privada, significa la quiebra. ¿Y para la administración pública?