Después de recorrerse medio mundo, ya fuera por motivaciones residenciales o laborales, Lluís Sunyer, asiduo y prendado de la Isla desde hace medio siglo, fijó aquí su hogar en 2009. Y hace seis años hizo incursión en el Club Tennis Taula Alaior, del que es su jugador más veterano, como también el único federado de todo el archipiélago balear a semejante edad. Aunque tampoco sorprende, puesto que luce espléndidos sus casi 84 años.
¿Cómo se produce su elección por el tenis de mesa?
—Siempre hice deporte, y de hecho aconsejo no pararse, yo incluso sigo trabajando, así mi cabeza sigue funcionando. Lo del tenis de mesa empezó hace seis años. Por edad ya no me daba para el tenis, me encontré con Sebastià y me propuso venir al club, al CTT Alaior. Había hecho golf, tenis, windsurf... «va, quiero probar», me dije.
Desde entonces, fiel a la pala y a la entidad.
—Sí. En el club me recibieron con los brazos abiertos. Paco (de Haro) es un gran presidente, tenemos un gran entrenador (Gian Marco Orrù) y estoy muy a gusto aquí. El ambiente es muy familiar y agradable, y a base de paciencia hemos crecido mucho. Contamos con ocho mesas, magníficas instalaciones, y nos lo pasamos bien. Los chicos se divierten rivalizando, y hay jóvenes de gran talento en el club, como Pau e Ibai. Solo puedo hablar bien de este sitio, y le diría a la gente que viniera a probar.
Competir con la soltura que lo hace siendo octogenario... ¿cómo se definiría como jugador?
—Tengo buen carácter, no me enfado nunca. Estoy en la competición oficial con el equipo sénior y juego siempre cerca de la mesa, y cuando puedo ataco. La mejor defensa es un buen ataque... hubo un tiempo en que yo hacía correr al rival, ahora me hacen correr ellos a mí. Vengo para divertirme, hago puntos que otro quizá no haría, y cada vez que me sale algo me satisface. Y vengo aquí, me muevo y veo que no pierdo el tiempo.
Al margen, ha tenido una vida muy viajada.
—Sí. A los siete años me fui a vivir a Barcelona y la escuela la hice en Neuchatel, Suiza. En realidad he vivido muy poco en España. Además de ingeniero, fui paisajista, con trabajo en toda el área del Mediterráneo. En Italia, Isla de Elba, Cerdeña... en el sur de Francia, Saint-Tropez y Saint-Rémy-de-Provence. He visto Tokio, las cataratas Victoria en Sudáfrica, la aurora boreal, he estado en EEUU, Nepal... he visto mucho, pero ahora no hago viajes de más de dos horas de avión.
También abarcó el campo fotográfico.
—Sí, entre otras cosas, he sido fotógrafo de moda. Trabajé para Vogue, Mariclaire, GQ... hay libros que hablan de mí. Después llegó la época digital, un tipo de trabajo muy diferente. Los clientes me decían, «Lluís, eres muy caro». Ahora los chicos con dos mil euros hacen el catálogo, el póster... Tras aquello me pasé al paisajismo, que estudié durante cuatro años en la escuela de Monza, en Milán... Desde entonces me he dedicado a proyectar parques y jardines.
¿De la Isla, qué lugares ha inmortalizado?
—Binissafúller, Binidalí, Torre- solí Nou, Cala Llonga...
Medio siglo viniendo y quince años viviendo en Menorca. Habrá visto no pocos cambios.
—He visto cosas que muchos no han visto, como la gasolinera cerca del Américan Bar, el carro de El Turronero, el camí d’en Kane sin asfaltar, que era fantástico para venir con los caballos. En mis primeras visitas venía como forastero, tenía una finca, venía con modelos, con amigos italianos, franceses, y apenas tenía relación con el pueblo.
¿En Menorca, donde tiene ahora su hogar?
—Primero viví en Sant Lluís, teníamos un lloc, Santa Rosa, pero cuando decidimos establecernos lo hicimos a las afueras de Alaior, un pueblo donde me siento muy bien acogido por la gente.
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