Christian A. D., en el centro de la imagen, este lunes por la tarde, mientras esperaba la llegada del cuerpo sin vida de su compañero | Javier Coll
Con voz quebrada, chándal y una camiseta de Salvamento Marítimo, Christian, un jubilado francés de 61 años, aguardaba ayer tarde en un hotel de Maó una llamada de esperanza que, al cierre de esta edición, no se había producido, además de la llegada de su hijo desplazado desde su lugar de residencia, Embrun, en plenos Alpes franceses. Una herida en la frente era otra de las señales del episodio dramático que había vivido apenas 21 horas antes en altamar. «Me siento culpable porque era mi barco y porque cuando Serge me pidió venir conmigo en esta travesía yo le dije que sí; quizás yo podía haber hecho algo más pero la realidad es que ahora yo estoy aquí sentado hablando con usted y él está en el mar».
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Por favor, que nadie salga nunca a cubierta sin chaleco, arnés y mosquetón enganchado al andarivel.