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Raquel Marqués Díez

En mi panda éramos casi treceañeros cuando salió "Bad". Entonces eltrapicheode cintascassette, con aquellos trocitos de celo para regrabar una y otra vez los éxitos del momento, era constante. A diferencia de nuestropowertriperocolaborador Pedro Sánchez (a mi vera en la página 3) yo sí hablaré de Michael Jackson. Como a la mía, el "Rey del Pop" marcó la incursión musical de otras tantas generaciones. Durante mi pubertad, la cosecha del naranjito se mantenía expectante frente al televisor de tubo a cada nuevo disco o videoclip de "Jacko". Proyectos que definieron una era del espectáculo y que se presentaban al público al estilo propiohollywoodiensede quien, mientras nosotros aprendíamos a leer y escribir, ya había vendido millones de discos en todo el mundo.

Nunca fui fan incondicional de este Peter Pan metido a músico, pero reconozco su valiosa aportación a la industria. MJ era -le pese a quien le pese- un artistazo de esos que con su baile se comía el escenario con patatas fritas. Hacer leña del árbol caído es fácil, así que no es de extrañar que al tinglado mediático montado tras su muerte no paren de crecerle los enanos.

Me da igual su herencia, la custodia de sus hijos o las deudas que dicen acarrea "Neverland" & cia. Me quedo con el desparpajo del Michael de los Jackson Five y con lacoreode "Thriller" que todos hemos imitado hasta la saciedad. MJ es ya uno de esos pocos inmortales en el mundo de los vivos, unmoonwalkerque vuela sobre nuestras cabezas.