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José Julio Tornel Marín

Si bien son muchas las historias sobre personajes romanos, en pocas ocasiones una vida, una tragedia, ha tenido tanta trascendencia artística como la epopeya del soberano general Cayo Marcio. Este drama inspiró a grandes genios de diferentes épocas y artes, incluyendo a L. V. Beethoven, quien en 1908 compuso, tras el encargo del dramaturgo vienés Joseph Von Collins, una obertura a la que llamó Coriolano.

En su obra, Von Collins, amigo y protector de Beethoven, cuenta que el soberbio general romano Cayo Marcio, debido a sus prodigios de valor revelados en la guerra contra los volscos y en la toma de la ciudad de Corioli, recibe el sobrenombre de Coriolano. Tras su regreso a Roma, el Senado pretende que sea nombrado cónsul, pero su actitud altiva y de menosprecio hacia la plebe le vuelve impopular y finalmente es desterrado.

Entonces, el general Coriolano se dirige a casa de Tulo Aufidio, jefe de los volscos y su acérrimo enemigo, donde es recibido calurosamente y puesto a la cabeza de su ejército para vengarse de los romanos. Coriolano consigue llegar a las murallas de la ciudad, cuando los romanos, para salvarla de la inminente destrucción, envían a antiguos amigos suyos para que actúen como mediadores ante su airado conciudadano. Aunque lo instigan a pactar, todo esfuerzo es en vano. Finalmente, su madre, junto con su mujer y su hijo van a implorarle clemencia. Éste acaba por ceder a sus súplicas, concluye un tratado favorable para los volscos y vuelve con ellos a la ciudad de Anzio. Allí es donde finalmente los volscos, al sentirse traicionados, acaban con la vida de nuestro héroe.

Comienza la obertura con dos rebeldes estallidos que evidencian tanto el carácter como la fuerza del general Cayo Marcio. Beethoven, como genio romántico, se solía identificar con este tipo de personajes de naturaleza heroica. La estructura y temas de esta obertura siguen de una forma muy general a la de la obra. El tema principal, en do menor, representa, de forma algo oscura, la parte en que Coriolano decide invadir Roma. La suavidad del tema en Mi bemol mayor, el ruego de su madre para que se abstenga de tal invasión. Coriolano accede ante su madre y se resigna a la inexorable fuerza del destino, que finalmente acabará con él.

Como ocurre con la práctica totalidad de las obras de Haydn, Mozart y Beethoven, los analistas etiquetan Coriolano como una "forma sonata heterodoxa". Pero al igual que cualquier allegro de sonata de la época, el desarrollo de Coriolano sigue las reglas canónicas de la oratoria del momento, a las que se ajusta sin problemas el conflicto afectivo del protagonista. Nada tiene que ver este concepto de desarrollo con estrategias estructurales; Beethoven no podía componer en 1807 un allegro según la ortodoxia de la forma sonata, pues ésta no se inventaría hasta bastantes años más tarde.

La más celebre crítica que recibió esta obra la hizo E.T.A. Hoffmann, intelectual alemán, publicada en el periódico Allgemeine musikalische Zeitung el 5 de Agosto de 1812. No obstante, ésta desagradó bastante a Beethoven a causa de sus afirmaciones sobre la descripción de imágenes sobrenaturales en su música. De hecho, a pesar de que Beethoven era suscriptor del diario y de haber leído la reseña en su momento, no escribió a Hoffmann para darle las gracias hasta 1820, cuando éste era ya uno de los intelectuales más influyentes de la cultura alemana y la carrera de Beethoven pasaba por momentos muy grises. Eludiendo comentar las apreciaciones estéticas de Hoffmann, Beethoven centró su carta de agradecimiento en la cuestión del prestigio personal: "Permítame decirle que el honor de compararme con Usted, personalidad dotada de insignes cualidades, me ha agradado muchísimo".

Como se ha dicho al comienzo, esta obra ha recibido multitud de recreaciones a lo largo del tiempo, pero no sólo de genios de épocas anteriores, como Shakespeare. Permítanme la licencia de llevarles hasta la versión del colosal director germano-argentino, ha poco desaparecido, Carlos Kleiber al frente de la Bayerische Staatsorquester de Munich. Este director, controvertido y riguroso, eligió la obertura de Beethoven entre sus favoritas, incluyéndola dentro de su escaso pero minuciosamente elegido repertorio. Su casi enfermiza búsqueda de la perfección, el rigor ante la obra de arte y su conocimiento del oficio, le llevaron a obsequiarnos con versiones consideradas definitivas como esta de Coriolano.

Esta obsesión se plasma en el hecho de que Carlos sentía especial predilección por las partituras autógrafas donde podía ver directamente las anotaciones, en este caso, del propio Beethoven. De esta forma trabajaba incesantemente imponiendo altas dosis de exigencia a los intérpretes que disfrutaron del privilegio de trabajar con él. La meta: buscar en todo momento la verdad musical, lo absoluto.

Es por esto que cuando escuchamos esta magnífica versión, tenemos la sensación -o al menos este ha sido mi caso- de que la obra fue concebida así y no de otra manera en la mente de Beethoven. Para mí, Kleiber, con su arrolladora versión, inmortaliza como nadie el carácter de Coriolano y del propio autor. Es como si tres elementos, tres figuras -autor, obra y director- tan dispares en el tiempo se hubiesen encontrado en el momento oportuno para cerrar un "triunvirato musical" en una sinergia perfecta.