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Raquel Marqués Díez

En un mundo donde "Bo", el perro de aguas portugués de los Obama, es portada en "The Washington Post", y donde una analista de Morgan Stanley se convierte a "stripper" -tras ser despedida por la crisis- y gana más de 13.000 dólares cada mes sólo en propinas, todo es posible. En el sentir y el olor de la hoja impresa, el vaticinio de algunos articulistas de la muerte del periodismo puede dejarnos a muchos con los ojos abiertos como platos. La realidad marca la pauta y los abanderados del cuarto poder se alzan estos días por la salvaguarda de las letras, en general, y por la apropiación indebida de noticias de los buscadores de Internet, en particular.

Mi amigo el novelista -que ha pasado de estar frustrado a sumergirse de lleno en una fase de crecimiento editorial-, me contaba la otra noche sus hazañas de supervivencia en el Madrid castizo. Ser un paladín de la tinta y el papel tiene sus riesgos, y últimamente, una de sus preocupaciones ha sido, por tercermundista que parezca, la de llevarse algo que comer a la boca sin tener un duro en el bolsillo. La solución le vino de manera espontánea, del mismo modo que, como bien dice él, le llegan a uno las mejores cosas de la vida. Sin planes pero sobre todo sin miedos.

Sin caérsele de la solapa la pluma "Parker" azul marino que antaño le regalara su abuelo, cuando aprieta el hambre se dedica a derribar otras plumas, las de los patos de El Retiro que, luego, cocina en su horno doméstico ante la estupefacción de sus compañeros de piso. Lo hace con un singular tiraplomillos que le enseñó a fabricar un señor en el Parque de Maria Luisa de Sevilla. Cualquier especie de ánade, de esas que a usted le alegran la vista en una tarde primaveral y donde corrobora aquello de "de Madrid al cielo", ha pasado por sus cuencos blancos del Ikea. Pajaritos varios llenan su buche para seguir colmando el espíritu de sus aún exiguos lectores que un buen día, cuando sea descubierto por su calidad literaria, pasarán a ser miles. Entonces, muchas de sus amistades esperamos que deje de ser un capitalino Robinson Crusoe. Al menos por necesidad.