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Raquel Marqués Díez

Mi amigo, el novelista frustrado, ha vuelto a las andadas, pero la historia de los patos de El Retiro la dejaremos para la próxima semana. Créanme, merece tanto la pena que requiere de un monográfico de "Com més mar, més vela". En su defecto, y sin por ello restarle mérito, nos haremos eco de la muerte de Maurice Jarre. Éste es uno de esos obituarios que, lamentablemente, te hacen pensar en que hay bandas sonoras de películas extraordinarias cuando el genio ya no está.

Ganador de tres Oscars, es autor, entre otras joyas cinematográficas, de las músicas de "Doctor Zhivago", "Lawrence de Arabia", "Pasaje a la India", "Gorilas en la niebla" o "Arde París". Jarre recibió el pasado mes de febrero el Oso de Oro Honorífico de la Berlinale como el maestro que hizo música las pasiones. Ningún otro compositor ha recibido tres estatuillas de Hollywood, y tras su intensa trayectoria deja un reguero de bandas sonoras que le proporcionaron una fama inigualable. Conocidas también fueron sus colaboraciones con escritores como Albert Camus, Jean Cocteau o Harold Pinter. Es curioso, pero siempre cavilas sobre el valor de las cosas cuando ya no las tienes, como lo es también el que la de-
saparición de alguien te abra las puertas de un recuerdo de vida. El compositor puso las notas del film "El club de los poetas muertos", que pasó a la historia para muchos de los que en 1989 éramos unos adolescentes con ganas de cambiar el mundo. Que Jarre formara parte del equipo de "Oh capitán, mi capitán...", -liderado por Robin Williams- es una virtud que ya merecía entonces del reconocimiento de todos los osos de las cavernas habidos y por haber.